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Se regocija el dios cuando contempla el festín que le tributan los bárbaros.
La hecatombe, iniciada allá en tiempos remotos, le place. Los hierros, la pólvora, la metralla, el napalm, el uranio y el plutonio escalan su voracidad.
Es la tasa humana que se cobra por mantener lo que cree su carne inmortal, su carne necrófaga de fuerzas vitales constructoras.
Pero se equivoca.
Ya aquí, la materia que busca su autoconsciencia plena.
Ya aquí, el ser humano como centro del ser humano.
Ya aquí, la incipiente aurora arrasando su carne oscura.
Y más pronto que tarde aquí, el polvo de sus defenestradas cadenas.
David Galán Parro
26 de mayo de 2024 |
Texto agregado el 27-05-2024, y leído por 65
visitantes. (1 voto)
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Lectores Opinan |
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28-05-2024 |
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Muy bueno, este sería un dios mortal, hecho a semejanza humana tal vez. Dhingy |
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28-05-2024 |
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Sí, es perturbadora la interpretación hecha de los sacerdotes, con todas sus limitaciones humanas, de lo que desean los dioses: "Hekatoón-bé", "Cien-bueyes (sacrificados)", o Hecatombes para los griegos; corazones humanos para los aztecas; sangre genital para los mayas... y así por el estilo. Gatocteles |
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