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La Tercera Puerta: Un Viaje Introspectivo hacia lo Inefable

I. El Umbral del Dolor
La muerte de mi perro no fue solo la partida de un compañero, sino el derrumbe de mi inocencia ante la mortalidad. Aquella noche, sus gemidos resonaron como un eco de algo ancestral, un lenguaje crudo que atravesó las paredes de la razón. Lo cargué hacia la clínica, su cuerpo convertido en un fardo de huesos y miradas ausentes. Al inyectarle la solución letal, observé sus ojos: dos espejos opacos donde se reflejó por primera vez el enigma. Una luz escapó de ellos, un destello que se disolvió en el aire como humo.
—¿Adónde vas? — susurré, pero solo recibí el silencio de la sala esterilizada.

II. La Obsesión por el Abismo
Tras enterrarlo, la pregunta se incrustó en mi mente: ¿Qué hay después?
Recorrí textos sagrados, mitologías, testimonios de moribundos. Las palabras eran redes rotas incapaces de atrapar lo intangible. Decidí mirar directamente al vacío: me convertí en médico y sacerdote, custodio de camillas y confesionarios. Observé a cientos exhalar su último aliento. La mayoría se apagaba como velas sofocadas por el viento: "Viva España", "No quiero morir", frases que caían al suelo como monedas sin valor. Hasta que *él* llegó.

Un hombre anciano, piel translúcida, exhaló no un suspiro, sino un escupitajo plateado. De él emergió una nubecilla brillante, danzando como luciérnaga en la penumbra.
—¿Eres…? — balbuceé.
La nube vibró, su voz un zumbido de campana de cristal:
—La tercera puerta no está afuera. Está aquí—.
Su brillo señaló mi pecho antes de desvanecerse.

III. El Espejo del Tiempo
Años después, frente al espejo del baño, descubrí a un anciano de ojos hundidos y piel surcada por ríos de tiempo. ¿Cuándo envejecí? La búsqueda me había devorado las décadas. Me afeité con manos temblorosas, ritual absurdo ante la proximidad de lo inevitable. Al acostarme, la oscuridad se pobló de estrellas.

IV. Diálogo en la Catedral del Silencio
En el sueño (¿o vigilia?), la nubecilla regresó. Ahora era un cúmulo de luz que hablaba sin palabras:
—Las tres puertas son mentiras necesarias. La primera (nacimiento) es un accidente. La segunda (muerte) es un espejismo. La tercera…—. Su resplandor inundó mi mente, mostrándome imágenes: el perro enterrado, las lágrimas de mi madre, los pacientes con sus plegarias ahogadas.
—La tercera puerta es este instante— continuó—. El lugar donde la vida y la muerte se besan sin prisa.

V. Epifanía bajo el Velo
Desperté sin saber cuánto había dormido. El cuarto olía a jazmines, aunque no había flores. Comprendí entonces:
La muerte no es un lugar, ni un juicio, ni siquiera un misterio. Es el eco de cada instante vivido con los ojos abiertos. Mi perro, al morir, no se fue: se convirtió en el ladrido que aún resuena en mis sueños. Mi madre, al llorar, no se quebró: se volvió agua que nutre mis raíces.

VI. La Belleza en la Nada
Ahora escribo esto desde el umbral. La nubecilla era correcta: la tercera puerta no se abre con llaves de dogma o ciencia, sino con la rendición ante lo incomprensible. Cada noche, cuando cierro los ojos, veo aquel rayo de luz escapando de las pupilas de mi perro. Ya no pregunto adónde va. Sé que la respuesta no está en el más allá, sino en cómo abrazo el vacío que llevo dentro: un silencio que canta, una oscuridad que brilla.

Y tú, lector, ¿has mirado hoy a través de tus propias puertas?

Texto agregado el 26-05-2024, y leído por 81 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
27-05-2024 Es la pregunta que nos hacemos todos. Que abra? Tete
 
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