Edmundo Rosas Riquelme, salió a las seis de la tarde del trabajo; se desempeñaba como mensajero en la editorial Punto y Coma. Se veía aburrido y sin muchas ganas de llegar rápido a casa. En lugar de ir hacia el sur, más concretamente a los farallones, un barrio en el que vivía gente muy pobrle, pues la mayoría no habían ido a la universidad, algunos ni al colegio. Casi todos tenían solo la básica primaria, por eso, se desempeñaban en oficios de poca monta.
Edmundo, trabajaba por los lados de San Nicolás; un barrio donde abundaban las tipografías y las editoriales. De ahí se fue caminando al centro de Cali, más preciso a un burdel de mala muerte, iba a comprar sexo. Apenas llegó, tocó dos veces a la puerta. Dos chicas salieron a atenderlo, lo hicieron seguir y le dijeron que se sentara, que no demorara la chica que iba a atenderlo.
Después de diez minutos, se escuchó la voz de una mujer, que sin ningún reparo salió de la habitación y dijo:
-Que pase el siguiente para licuarlo.
Edmundo, levantó la mano y siguió con mucha rabia.
Ya dentro de la habitación, no le quedó más remedio que hacerse licuar. Damaris, lo licuó pronto, pues Edmundo era polvo de gallo, apenas sentía la desnudez de una mujer en su piel, se venía en tan solo treinta segundos.
Después de pagar el valor del rato a la trabajadora sexual, sacó una pistola y le disparó solo una vez en la cabeza. Damaris cayó al piso y al rato falleció. Los dueños del burdel, llamaron a la policía. Apenas, los uniformados le pidieron explicaciones de porqué lo había hecho, dijo lo siguiente:
- Usted qué habría hecho, si va a un burdel y encuentra a su mujer trabajando ahí.
El agente de policía se rió y luego le contestó a Edmundo:
- No se preocupe, ya se vengó. Los cuernos le lucían.
Pedro Moreno Mora
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