Ya no me sonríes. Soy un estúpido, lo sé, lo sabes. Demasiado tiempo he estado espiándote desde mi planeta, desde mi isla, desde mi torre de roja timidez. Como un astrónomo que observa una lejana constelación de cobre, sin atreverse a rozarla con los dedos aunque esté al alcance de su mano.
Ya no me sonríes. Alguna vez sorprendió tu castaña mirada la mía, rompiendo mis barreras, derritiendo mi voluntad, congelando el aire que me rodeaba. Y si entonces me sonreías, ya no quedaba nada de mí, porque se disolvía en caramelo hirviente, o estallaba en doradas gotas de estupor. Pero eso acabó.
Ya no me sonríes. Ahora que no tengo una imagen a la que aferrarme, caigo sin remedio en un pozo de estéril oscuridad. Araño desesperado paredes de ladrillos negros, lanzo gritos silenciosos a un aire inexistente, y no puedo detenerme, y no tiene fondo. Una caída sin fin, a través de tinieblas sólidas.
Ya no me sonríes. Nunca supe nada de ti en realidad. No llegué a saber jamás si realmente sabías que yo existía, o si simplemente era para ti una sombra pálida más, otro objeto de los que decoran caóticamente este mundo de locos. Pero da igual. Ya tiré la toalla, descubrí que la batalla estaba perdida. No me importa que jamás llegue a rozarte, pero, por favor, vuelve a sonreírme.
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