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Profesor Monday Zofana




















































En la entrada del consultorio del profesor, a la altura de los ojos, hay un cartel de bronce con letras de color negro bajo relieve.

Profesor Monday Zofana.
Vidente-Curandero Africano.

—Mi mujer me castró dos veces —dijo Juan Lieb.
—Imposible…—contestó el Profesor Monday Zofana.
—Le cuento.


Me casé con una mujer hermosa.
Entusiasmado por su belleza, traté de describirla a mis amigos que desconocían a Rocío Anes, que así se llamaba, pero lo encontré difícil, ya que mi lenguaje estaba limitado a la venta de dentífricos, profesión que había heredado de mi padre.
Podía detallar el color almendrado de los ojos de Rocío, la nariz romana o griega, los pómulos angulares que se le escapan de la cara, sus dedos finos y la atracción que su presencia provoca, pero nada más.
Ella era brillante pero tenía el inconveniente de tener un pensamiento sin curvas ni recovecos, nunca dejaba pasar la oportunidad de explicar que dos más dos no sumaban cinco, de esta manera confirmaba que su visión de la vida era irrefutable.
Trabajaba en el Instituto de Investigación Nuclear.
La ciencia se había apropiado de su lógica dictándole las leyes, modos y formas del conocimiento científico.
Cuando comenzamos a noviar, descubrimos que teníamos pocos intereses en común, pero consideramos
que eso no nos impediría amarnos.
Convivimos durante cuatro años sin
comprender que la realidad que nos rodeaba nos alejaba inexorablemente.
Con el paso del tiempo, nuestras distancias se fueron agudizando con conversaciones infrecuentes, aburridas que casi siempre giraban alrededor de la energía nuclear o la importancia de la clorofila para la preservación de los dientes.
Hasta que un día sin nombre, ella se cansó de los desencuentros cotidianos y decidió abandonarme. Se fue una tarde de octubre cuando las últimas hojas del otoño volaban descontroladas en las aceras de Newington Green.
Al irse me saludó con un gesto.
—Adiós, me voy a vivir a casa de Suzy —me dijo. Se fue sin explicarme sus motivos. Me quedé parado debajo del marco de la puerta del departamento mientras ella arrastraba por las escaleras una valija con sus ropas y libros.
La soledad tuvo consecuencias imprevistas.
La depresión que me produjo la ruptura con Rocío me afectó donde más me dolía: descubrí mi impotencia sexual.
—Estoy enfermo —me dije.


Un mediodía lluvioso decidí viajar en colectivo. Subí al bus en Newington Green, ex refugio de impresores de la Biblia y disidentes religiosos, hogar del escritor americano Edgar Allan Poe, del espía Daniel Defoe, autor de Robinson Crusoe y de Mary Woolstonecraft quien en 1792 publicó Vindicación de los derechos de la mujer que fue el primer tratado feminista; también fue la madre de Mary Shelley.
Trepé por las escaleras, golpeándome con los vidrios de las ventanas, paredes y pasamanos del bus. La inercia más la brusquedad del conductor me hicieron tambalear. Entre tanto, lo imaginaba mirando por su espejo retrovisor mientras avanzaba en dirección a Essex Road, recorriendo la curva sinuosa de Newington Green Road.
Feliz al ver que los asientos del frente del bus estaban vacíos me senté en mi lugar preferido.
Del otro lado del pasillo que separa los asientos viajaban usted y su amigo, cuchicheaban en varios idiomas.
Mi curiosidad me impulsó a escuchar la conversación de ustedes. Con las palabras sueltas que escuché fui inventando un supuesto diálogo de carácter Masónico. La palabra superstición se filtraba con frecuencia en vuestra conversación al igual que fragmentos de fuerzas divinas, talismanes de colores, piedras preciosas, curaciones milagrosas.
—El gordo y el flaco, esotéricos —me dije con sorna.
Los miraba con disimulo mientras ustedes gesticulaban animadamente.
A su amigo gordo el inglés le salió clarísimo.
Lo recuerdo diciendo —No es lo mismo la bendición del Papa desde el Vaticano, que la tuya en Hackney.

Usted le contestó —Claro que no, yo estoy conectado con las vibraciones cósmicas, los misterios del inconsciente, con entidades visibles e invisibles y él no —.
Levantándose al llegar a Oxford Circus
continuó:
—Abandoné la iglesia católica hace ya tres años y ahora me dedico a curar a pacientes, a combatir las influencias de los demonios para sanarlos. Me interesa más restablecer la materia que el espíritu, aunque un espíritu enfermo no es muy agradable.
Sí, claro que me pagan por mis oficios. Yo les dejo un sombrero donde ponen el dinero, es una manera de ahorrarme la culpa que me produce que cambien mis silencios por sus problemas —.
Recuerdo que usted se levantó, tomándose de la manija del respaldo del asiento, giró su mano hacia mí, me pasó una tarjeta ofreciéndome sus servicios.
—Usted está deprimido, venga a verme —me dijo mientras bajaba por las escaleras.
En la parada de Oxford Circus se bajó del bus y yo lo vi perderse entre la multitud que caminaba mirando vidrieras o huyendo de sí mismo.
Me quedé con la cartulina rectangular en mis manos que decía:

Profesor Monday Zofana

VIDENTE CURANDERO AFRICANO

Vengo de la tribu más poderosa de África gracias a mi poder increíble te puedo ayudar a resolver tu problema de suerte negocio amor impotencia sexual mal de ojo protección recuperar pareja negocio problema con el alcohol y tabaco, enfermedad crónica mi trabajo es garantizado y serio no son solo palabras pero hechos soy el camino de tu felicidad y guía de tu destino llamáme sin compromiso al 07358 236. Hago tarot y cartas también soy chamán especialista en brujería. Resultado de 3 a 7 días.

Su amigo se sentó al lado mío y se disculpó.
—No le haga caso, está loco, me decía que las piedras preciosas nos protegen de las enfermedades porque en ellas viven espíritus de misteriosas virtudes que si consigues conectarte con ellos te cuidarán. Hasta un ladrillo es capaz de tener efectos significativos en curaciones y alegrías. Yo no le creo. ¡Ah! eso sí el ladrillo se lo debe regalar alguien, usted no puede ir a comprarse uno y esperar tener los mismos resultados que si alguien piensa en usted y le obsequia un ladrillo.
—Gracias —le dije, leyendo la tarjeta que estaba suspendida entre mis dedos.
—Espero que no se le ocurra llamarlo—dijo el gordo.


La conversación que había escuchado en el bus reverberaba en mis oídos. ¿A quién le pido de regalo un ladrillo? —me preguntaba.
Organicé una cena y le pedí a mis amigos que traigan un ladrillo. Vinieron solamente María, Ricardo y Daniel.
María, con el toque femenino que la caracterizaba, trajo un ladrillo. Estoy seguro que era el único ladrillo que ella vio en su vida en estado natural, lo usaba para sostener abierta la puerta del comedor de su casa mientras que Ricardo y Daniel habían pintado unas cajas enormes de color rojizo anaranjado.
Comimos, bebimos, conversamos y reímos. Cuando se marcharon, me quedé solo en medio del comedor con el ladrillo sobre la mesa, lo observé como quien descubre el principio del universo.
Lo levanté con mis manos hasta enfrentarlo a mis ojos, mirándolo con la cara desencajada como si tratara de hipnotizar al ladrillo, lo conjuré:—Estimado Ladrillo, sé que eres el poseedor de fluidos místicos que te otorgan el poder divino para curarme. Te suplico que como el imán positivo atrae al imán negativo y que en esa transferencia de fuerzas ocultas usted, Sr. de los Ladrillos, emane misteriosos magne¬tismos capaces de echar a los demonios de mi cuerpo —dije esto y estallé en carcajadas.
El ladrillo se quedo quieto. Acaricié con mis dedos la textura áspera, sentí ciertos estímulos a modo de una corriente eléctrica que me recorría el cuerpo. Cuando las yemas de mis dedos se desplazaron por las fisuras mágicas del ladrillo, percibí cómo el calzoncillo se separaba del pubis y mi pene crecía y crecía.
Sin comprender qué estaba pasando, grité de felicidad.
—Me curé.


La felicidad duró poco. Varios meses después cuando estaba armando la cama me sorprendí al no encontrar el ladrillo donde lo había puesto.
— ¿Dónde está el ladrillo?
Nervioso, revolví las sábanas de la cama buscándolo, seguro que lo había puesto en el costado izquierdo entre el colchón y el pie de la cama.
El colchón de corazón de resortes era fuerte por dentro suave por fuera sin embargo, por razones que desconozco pero que yo atribuía a los cambios de temperatura que imperan en el dormitorio, había perdido diez centímetros de largo, espacio que aproveché para ocultar el ladrillo.
—Es bastante grande para desaparecer —me dije. Veinticinco centímetros de largo por once centímetros de ancho por tres centímetros de alto, no se puede esconder con facilidad en esta habitación de paredes blancas, muebles blancos y piso casi blanco.
Podría estar debajo de la cama, quizás se cayó al suelo y se fue girando hacia el centro aunque es difícil que un paralelepípedo ruede. Me arrodillé para ver si lo hallaba, levante la sábana, ayudado por una linterna iluminé entre las patas de la cama y descubrí que solo había polvo gris acumulado, igual al que invadía los rincones de la casa. Agotado por la asfixia que me producía la ansiedad y el miedo a la impotencia que se avecinaba me resigné a la pérdida.
Después de dos días, recibí un email de Rocío: Estimado Juan, ayer tuve la necesidad de verte. Encontré una llave de tu departamento en mi valija y fui a buscarte. Como no estabas, recorrí los cuartos de lo que fuera nuestro departamento, lloré apenada por todas las cosas que no hicimos juntos.
Después de muchas lágrimas me animé a ir a tu dormitorio, caminé alrededor de la cama donde hemos gozado días y noches inolvidables, hasta que al llegar al pie de la cama descubrí un ladrillo semi escondido entre el colchón y las sábanas. Sin entender que hacia en ese lugar, decidí llevármelo y tirarlo a un tacho de basura en mi camino a casa.
Love
Rocío.

Cuando Juan terminó de contarle su historia al Profesor Monday, éste lo miró diciéndole
—Tenía usted razón. Lamentablemente la reiteración de los síntomas de su enfermedad está viciadas por los poderes diabólicos de Satanás y con él yo no me meto. Usted sabe que yo soy el camino de la felicidad y guía de los destinos pero…
— ¿Pero qué?
—Nada, su camino es muy tortuoso y su destino incierto.
Se despidió con un apretón de manos dando por terminada la consulta.
— ¡Ah! le recuerdo que al lado de la puerta hay un sombrero, no se olvide de poner algunas monedas.




Texto agregado el 18-05-2024, y leído por 122 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
18-05-2024 Doctrina feminista* Ahí ponele con el nombre de la autora habría bastado. Después lo demás queda en el lector. Cavalieri
18-05-2024 Después hay una parte donde decís centímetros tres veces, entiendo que es a propósito, pero no le encuentro sentido. No sé, por ahí te sirve algo de esto. Saludos. Cavalieri
18-05-2024 Los diálogos también me gustan lo mismo que el nombre Lunes —como Martes Rampa, ja—. Por ahí tenés explicaciones que no hacen falta como cuando decís bajó del colectivo, día lluvioso, lo del libro de la feminista, en fin, cosas que no le importan a la historia. Cavalieri
18-05-2024 Me parecen muy buenas las partes en que girás al disparate, por ejemplo lo del vocabulario limitado por vender dentífrico, los amigos que le llevan cartón pintado, etc. Cavalieri
 
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