El anuncio de la agencia turística Melquíades me atrajo como un imán, ofrecía justo lo que necesitaba en ese momento: "una vacación fantástica e inolvidable" .
Reservé el pasaje de inmediato.

El primer día de viaje pasamos por varias ciudades recogiendo pasajeros. En Santa María subió un tal Onetti, un poco más tarde, en un lugar cuyo nombre no recuerdo esperaba un hombre alto y enjuto que vestía ropas pasadas de moda y se expresaba en español antiguo.
No sé por qué mis compañeros de viaje me resultaban vagamente familiares.

Apenas llegamos al hotel, un argentino organizó un juego muy ingenioso que llamaba Rayuela y él dijo que él era Oliveira pero no debía ser su verdadero nombre porque viajaba con él su pareja,la Maga, una muchacha uruguaya que le decía Julio.

Según el programa, Macondo sería la última y
más larga etapa del recorrido. En Comala, un lugar como un Páramo, subió una persona que tenía los ojos desorbitados y la ropa cubierta de polvo. Desde que llegó ninguno de nuestros relojes dio la hora exacta.Pareció que la presencia de ese hombre hubiera desquiciado el tiempo, a él no le interesaba jugar a La Rayuela ni participar en las excursions que se realizaban cada noche ,se quedaba en el hotel enfrascado en serias conversaciones con el triste caballero español.

Tres pasajeras nos deleitaban con sus poesías. Una se decía a sí misma loca y a lo mejor lo era, porque según ella después de que su amante le había besado las manos en ellas le habían crecido rosas como estrellas.

Otra mujer ,no muy agraciada, algo tristona llevaba una vistosa peluca de algas de mar, plateadas y violeta y la tercera era una maestrita chilena muy modesta, que miraba todo en torno con ojos asombrados.
Todos disfrutábamos de la vacación y empezamos a relacionarnos.
Melquíades, el organizador, viajaba con nosotros, su entusiasmo era contagioso.Nos llevaba de feria en feria para que conociéramos las últimas novedades , el espectáculo del invento del hielo resultó escalofriante.

La llegada a Macondo fue grandiosa.Nos dio la bienvenida la familia del Coronel Aureliano BuenDía aunque todos habían muerto pero como en Macondo no había cementerio no tuvieron más remedio que dejarlos seguir vagando por la ciudad a pesar de que se veían algo deslucidos.

Nos dejamos guiar por ellos por las calles de Macondo, recorrimos las casas, escuchamos los relatos de la epidemia y de la guerra, visitamos el bananero y muchos se hacían leer la suerte en la palma de la mano por la gitana Pilar Peredo o Ternera, no recuerdo.

Melquíades matizaba los paseos con juegos de malabarismos y excursiones en tapetes volantes.
Bailábamos por la noche al compás de una vieja pianola que tocaba un joven italiano que no se sabía cómo ni por qué se había quedado empantanado en Macondo.

Juana, la que se decía loca, se quejaba porque el sol ardiente de Macondo le estaba secando las rosas.
La maestrita chilena, si bien se adaptaba al grupo, a veces se aislaba para escribir. El viento hizo volar una página de poesías que fue a posarse en mis rodillas y al devolvérsela me confirmó que era suya, le besé la mano con respeto. Ya hubiera yo querido recibir el premio Nobel.

Volví del viaje renovado, me sorprendió que desde que nos pusimos en marcha, sentí una progresiva mejoría de la vista. Veía todo con gran nitidez; caí bajo el influjo del deslumbrante realismo mágico.

Pero !!!Sorry!!!Sorry! no me he presentado me llamo Jorge Luis; trabajo en Buenos Aires en una biblioteca circular de la calle Babel, no lejos de los senderos que se bifurcan .