Cuando Moctezuma se entera, en su Palacio de Tenochtitlán, que extranjeros barbudos en enormes piraguas están en las costas de su Imperio, su regio rostro se ensombrece. No teme a la muerte el Emperador de los valientes aztecas. Sólo le preocupa la profecía que habla de la vuelta de Quetzalcóatl junto a los dioses barbudos (¿Atlantes?).
Al preguntarse "¿son hombres o dioses?", vacila. Y entonces comete el error que le costará todo: imperio y vida. En vez de atacar y destruir a los invasores, dialoga con ellos. Les permite aliarse con las ciudades que antes le prestaban vasallaje, sumando guerreros mexicanos a las tropas españolas.
Su Imperio teocrático-guerrero es próspero, rico y bien organizado, con alrededor de 25 millones de habitantes. Tenochtitlán es una hermosa ciudad de piedra y madera, limpia, de templos y palacios magníficos, asentada en una isla unida a tierra firme por dos vías. La protegen sus dioses,, como Tonacatecuhth (la dualidad), Huelmetéol, Quetzalcóatl, Tlatoc, entre otros. Los sacerdotes realizan puntualmente sacrificios humanos en la pirámide del templo. Así aseguran la continuidad y gloria del Imperio.
El invasor, Hernán Cortés, es uno de los más inteligentes soldados de España. Sabe poco del país al que ha llegado. Entiende, eso sí, que es un reino rico y organizado, con bastante oro y plata, a diferencia de los indios caribes, de escasos bienes materiales, practicamente exterminados en los primeros años de la Conquista.
La justificación de la conquista de México es política y religiosa, por una parte (mas aún cuando se encuentran con templos en cuyas aras ven la sangre coagulada de los sacrificios humanos, cosa que repugna a los europeos, aunque sus antepasados paganos indoeuropeos también los hacían antes del cristianismo) y por otra sus tesoros encienden su codicia.
El oro lo usarán los reyes españoles para financiar sus guerras en los campos de batalla de Europa, donde se desangra España y se empobrece América.
Para impedir un cómodo escape de sus tropas, Cortés quema sus naves. Ahora él y sus hombres sólo pueden vencer o morir en la conquista de este imperio desconocido.
Los impresiona la riqueza, cultura y organización de los pueblos que van encontrando. Sólo la fuerza increíble de su sangre goda y su mística religiosa, les permite enfrentarse a la titánica empresa bajo el amparo del Apóstol Santiago.
Cortés también es astuto y hábil diplomático. Su amante indígena, Marina, le sirve de intérprete, ayuda inconmensurable para el éxito en su diplomacia de alianzas con los enemigos de Moctezuma.
Y como los dioses ciegan a los que quieren perder, Moctezuma titubea y Cortés lo apresa. La historia se repite: un nuevo Darío frente a un nuevo Alejandro. ¡Ay de los vencidos!
La principal consecuencia de la conquista española fue el cruce de razas y la formación de nuevos pueblos mestizos y mulatos. No sólo se conquistó un Nuevo Mundo, también se formó una nueva raza.
México, mágico e inmortal, como ningún otro país, ha salvado gran parte de su cultura pre-hispánica, empapándose cada día en el conocimiento de los pueblos que habitaron su territorio, reconstruyendo su cultura y fundiéndola con la de sus conquistadores.
Sólo tres factores, fuera del religioso, causaron la derrota de los aztecas: no tener una flota, no usar la rueda y no tener armas de la eficacia de las de sus invasores.
Aunque los conquistadores no respetaron las costumbres, cultura, religión, ni la propiedad de la tierra de los vencidos, hoy México puede decir que rescató lo más valioso de su tradición, enorgulleciéndose de ello. La sangre originaria también es motivo de orgullo.
La rica sensibilidad de su pueblo está reflejada en las obras de sus artistas. Importantes universidades forman a sus profesionales. Día a día México crece y ha encontrado, en el ejemplo de sus ancestros y adecuándose a las nuevas técnicas, las herramientas que le han permitido insertarse en el mundo actual, en un lugar cada vez más importante.
Tal vez por esto los pueblos mexicano y chileno siempre han tenido una gran afinidad, un afecto recíproco, una mutua admiración.
Desde las dos puntas de Latinoamérica, México y Chile se abrazan.