Cuando dejé mi pueblo para ir a vivir a la capital, no perdí lo que me clava a mi región. ¡Ni siquiera tomando en cuenta mis escasos retornos! Y en la década de capitaleño enganchado que pasé, otros de diversas regiones hicieron de mi pueblo su habitat. Con el beneficio a su favor, de haber ocupado cargos que les hicieron muy reconocidos.
Y a mi regreso, por uno de esos pocos dominables procesos humanos, me relacioné con algunos de ellos. Entonces se dio lo que ahora llama mi atención: Que fue que en muchas ocasiones, esos advenedizos quisieron presentarme gentes muy mías. Incluidas personas que nunca(algo fascinante) había yo visto. Pero con la que mi familia inmediata, anteriores y posteriores a mi nacimiento, me habían dado una presencia perenne en mi barrio, en mi pueblo y hasta en toda la provincia.
Y pasó que en un intento forzoso de ‘one two’, un conocido oriundo de otra región, quiso usarme para que yo entretuviera a la fémina que tenía el crédito para sacar de su casa a la suya. Mujer que ‘never’ había yo visto y cuyo hogar era totalmente desconocido para mi. Amén, de que tampoco había estado en el paraje de su nacimiento. Y mi amigo la abordó, usando lo único mío que podía darle: mi nombre y apellido.
Cosas que al ella unirlo con mi aspecto físico, obtuvo una copia al carbón mía. Por lo que al verme, emitió la frase que dije construyó, usando dos párrafos compuestos con monosílabos, pero con dos claras intenciones: una admirativa y la otra interrogativa: ¡Ah! ¿Y eres, Tú? Frase que infería conocerme. Sin embargo, aquella fue la primera y la última vez que la vi.
Y hoy, en tiempo presente, no quiero ni tengo forma de escudriñar aquel comportamiento suyo. Y ese hecho, lo dejo como un ejemplo de las extrañas ocurrencias del destino. Cuyo descubrimiento, en caso de qué sé diese, abriría una gaveta de mis cosas íntimas.
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