Me dicen el gato del tejado porque me gusta trepar a los techos para ver como asoma el sol entre la arboleda y deja en el suelo sus monedas doradas. Los gallos me molestan, pero me sorprende escuchar lo bien que se encadenan. Me gusta ver a los niños. ¿Ven a ese niño de pelo oscuro, ojos grandes y mochila azul? Es Armando. Regresa de la escuela y no se ha dado cuenta de que se va a tropezar. Siempre anda soñando con las estrellas, le gustan los viajes y he escuchado que quiere ser astronauta. Aquélla es María. Una niña que sonríe y habla con sus hoyuelos, muy amiga de él. Van a la misma escuela y son compañeros de clase.
–¡Te vas a tropezar Armando! ¡Mira por dónde andas! Le grita María. —Él reacciona y esquiva el tronco, levanta su mano abierta y la saluda con un grito de gracias.
Ella quiere ser doctora para curar a su papá y a sus vecinos. Sabe que debe aplicarse en la escuela para llegar a ser sanadora eficiente y cure a los viejitos que viven en el asilo. Ayer atendió un tordo que se quebró su ala.
Después de regodearme en el devenir de las siestas, veo que el cielo es tasajeado por los naranjas y violetas. Debo regresar, la anciana a la que acompaño está preparando el café que se dispersa en los rincones. Me echará de menos si no me froto entre sus piernas.