Me pregunto una vez
y otra, y otra
hasta el absurdo quizás si este,
mi oficio,
no ha dejado de serlo
o no fue nunca.

Cuanto más leo
mucho más va venciéndome el deseo de saber
cómo
cuál
cuánto
y dónde
se encuentra aquel oráculo que diga lo que es
escribir
sin sentir que se fatigan los relojes.

No me levanto al alba
ni detengo la tarde con un lápiz y un folio
inquebrantables.

No he leído a los clásicos debidos
aunque indebidamente, leí a los surrealistas
además de retazos de quijotes,
celestinas, platero, darwish, poe,
rayuela, pizarnik -alguna noche - selecciones
fancines, sitios web y hasta Corín Tellado
eterna en el estante de mi hermana mayor.

Ya ven: no es un oficio
no corrijo quinientas o cien veces
suelo soltar de una a mil palabras
sin previo aviso y cierro la memoria
de un verso.

No tengo mi santuario
ni un taller pequeñito con luz a toda hora:
en mi casa no hay moho
tan solo y solamente
porque no le doy tiempo a la humedad para crecerlo.
Pero hay un sinnúmero de libros
que aún no han sido míos,
una lista de nombres ponzoñosos
abrevando en la cérvix de algún día ya incierto -sol,
aire y algún libro develándome
la hora-

Mas no sé si es oficio
este decir de todos y de nadie
con que me han bautizado sin más nombre
que uno que no vale
para ser editada.
Tampoco quiero otro. El mío es mío y es más
identidad que cualquier alias.

Soy de manos agudas y vencibles.

Aquieto la pregunta y me detengo.

Vuelvo atrás si me pierdo en la lectura.

No tengo quince años ni trescientos.

Amanezco sin noche
cuando se hace de día y no es mi turno
levantarme temprano.

He dejado a mi paso elecciones posibles.
E imposibles.

No sé si me apetece abrir una nostalgia
o si nostalgia es palabra prohibida.

Me rindo.

Vicio es aquello que no puedes dejar de hacer.

Puede que sea eso lo que agota
cada vez que persigo otro poema.

(Valencia, 6/7 de marzo de 2015)