Cómo les va. Dicen que lo mejor de la vida son las cosas sencillas. Las cosas simples, esas pequeñas y reconfortantes experiencias que se dan en la espontaneidad de lo cotidiano. No sé. Suena hasta romántico, ¿no? A uno lo ponen bien con muy poquito. Un té. Te hago un tecito. Eso que uno hace para el otro, para la persona amada, un ser querido, un amigo, un vecino, alguien. ¿Un platito de leche al gato? ¿Ni un gato tenés, pedazo de eremita, para practicar? Igual nunca le encontré sentido a eso de que los gatos tomen leche. No imagino a un gato queriendo beber ese jugo inmundo, qué sé yo. Los he visto sacar la lengüita agachados como pelotudos frente al platito y siempre pensé pobre bicho las cosas que tenés que hacer por convivir. Ni hablar de cuando sos gato y te levantan despacio, te hacen unos mimos, te meten en una jaulita y te llevan a castrar. Te despertás inviable. Ah pero dizque les gustan los gatos, que adoran a los gatos dicen. Y los mutilan para siempre. En fin. Decía el té lo hago para vos porque me pone bien ponerte bien. Qué gran detalle. Yo la otra vuelta, domingo al mediodía, fui a lo de un amigo por esa costumbre sana de verse que tenemos los seres humanos amistosos, algo que suele ocurrir. Resulta que toco el timbre. Ahí está: el sencillo acto de tocar el timbre y que te abran la puerta. Qué maravillosa puede ser la vida con tan poco. Y es que hasta eso se va perdiendo: tocar el timbre. Ahora se usa mucho lo complicado: el tipo para el auto en la puerta de tu casa y te manda un WhatsApp: puerta dice mientras se distrae con Instagram. Ya empezamos, Ramón. Qué bronca. Le contesto: Cocina. Nomás por decir algo. Pasan tres minutos, sigo indignado a la expectativa. Llega otro mensaje: puerta. Eso es algo complejo que se da en contrapartida al sencillo acto de tocar el timbre o anunciarse como gente civilizada. ¿Estás en un cómic coreano, mi querido ser de luz? En fin. Todo se va perdiendo. Decía que voy a lo de mi amigo el domingo al mediodía. Llevo chucrut y filet de merluza con puré para dos porque me gusta el sencillo ritual de compartir un almuerzo con mis afectos. Vamos que entre eso y castrarte sigue siendo más civilizado lo de la merluza con puré aunque no te gusten las frituras. Entro y parece un perro recién atropellado. Qué pasó. Cómo quedó el otro le pregunto para poner onda. La resaca, man, me dice mientras se agarra la cabeza y patea sin querer una silla con el piecito descalzo. No sabés lo que escabiamos anoche con unas negras y el Carancho. No me suena el Carancho; lo demás sí. Dejo las cosas sobre la mesa. La pusiste por lo menos le pregunto sin esperar respuesta. Andá a lavarte esa caripela que te preparo un té le digo. Lo hace y lo hago. Estoy persuadido de que no la puso. Se sienta a la mesa frente a la taza, apoya los codos y se agarra las sienes. Los pelos revueltos. No sé si es baba o que no se secó bien la cara lo que le brilla en el cachete. Se me parte la cabeza me dice y cada palabra que le asoma le mueve el cuello como si regurgitara un huevo duro entero. Tranqui, loco, te va a hacer bien el tecito. Yo mientras tanto abro los paquetes y saco un poco de chucrut con una cuchara ya que estoy ahí sentado. Tengo hambre. ¿Estaban buenas las negras? le digo. ¿Qué mierda es ese olor? se queja. Chucrut, qué va a ser. Más respeto. No sé qué dice que no le entiendo, se da vuelta, se para como puede, tropieza contra un sillón, da un cabezazo contra la pared y le sale el chorro de vómito. Largalo todo le digo mientras mastico y él hace unos ruidos espantosos acuclillado en medio de un charco feo. Parecés Rambo llorando cuando no podía encontrar las piernas del amigo le digo y me río porque la amistad también es para hacer buenos los malos momentos con alguna chispita de humor. Comete un poco de esto que está buenísimo, dale. La puta que te parió me dice. Bueno, hay gente que no tiene voluntad. ¿Te pongo un plato? le digo. Morite me contesta. Abro el paquete del filet. Otra vez será. El placer de servirle el té a mi amigo malherido no me lo quita nadie. De todos modos a veces es difícil saber cuáles son las cosas sencillas de la vida y la gente acaba yendo a ver al psicólogo, sobre todo cuando no tiene a nadie para hacerle un té o a quien se lo haga, se entiende. Veamos que en la vida es como en la gramática, que hay oraciones simples y complejas que capaz dicen lo mismo. Por ejemplo Juan salió con el perro es simple. Vieron, sujeto y predicado, un verbo, punto. El hijo de puta que me trajo chucrut cuando yo estaba de resaca salió con el perro es compleja, pero el sujeto bien puede ser Juan. O yo si lo dice Ramón. Con el perro de él porque yo no uso. Su perro no está castrado. Es más sencillo nombrar al sujeto conocido porque siempre es más sencillo eso de conocer al sujeto con el que uno interactúa. Y hacerle un té si está malito. Se entiende. Ante la duda podríamos probar con internet: cosas simples de la vida > Google > voy a tener suerte. Pero serás blandengue, Ramón, para qué tomás si no sabés. Seguro esas negras y el Carancho no anduvieron vomitando como rinocerontes al otro día. Perdón la dispersión pero o sea ponele onda y pero dale, Ramón, o que te haga el té tu mamá, ¿no cierto? ¿O no? Lo del Google igual está muy lejos de ser algo sencillo aunque nos quieran convencer de lo contrario. Te sale un granito en la espalda en un lugar que no te lo ves. Granito en la espalda > Google > voy a tener suerte: > pequeña inflamación de los tejidos > probable tumor > ramificación > infección pulmonar > dolor de cabeza > deshidratación > cáncer > dos años > donar los medicamentos antes de su vencimiento, donar los zapatos > agonía > muerte horrible. ¿No? Prueben. No hay manera de vivir más de dos años si buscás una molestia que sentís en Google. Yo la vez pasada puse ahí no recuerdo ahora cuál palabra que dijo mi psicólogo, capaz que era aburrimiento, no sé: Google > voy a tener suerte > psicopatología > falta de empatía > desconocimiento de la realidad > incapacidad de sentir emociones > incurable. Lo primero fue ir a la pieza a despertar a mi mujer para decirle te quiero mucho, gorda. Esperen. ¿Eso es sangre? ¿Cómo hiciste para poner la cabeza en esa posición? No. Mentira. Pero dale. Pasa. Empezás googleando una palabrita de psicología y a los dos meses cómo hacer desaparecer un cuerpo o algo así. Básicamente el voy a tener suerte si no te mata te manda a la cárcel. ¿Y mi suerte? Nadie dijo que era buena tu suerte, champion. En fin. Nada. Que no sabemos bien cuáles son las cosas simples de la vida pero suponemos que son buenas. Hay que ver que esas cosas simples de la vida se parecen mucho a lo propio de los animales. Uno ve gente que toma sol en la playa y después prende la tele y ve un cocodrilo al sol con la boca abierta. Obvio que entre verbigracia los chinos y los cocodrilos no dudaría uno entre cuál especie inventó tomar sol. Se entiende. Tirarse al sol es simple y te pone bien. Sobre todo a los que venden las cremas esas y los anteojos en un mundo capitalista repleto de cosas complejas para complicarnos la vida. En fin, que todos llevamos un animalito dentro excepto las embarazadas, que llevan dos como mínimo, ¿no? El animalito que llevamos dentro es más de las cuestiones corporales, está ahí siempre aunque no seamos conscientes y se pone contento con las sencilleces de la naturaleza como una caricia, el calor del sol una mañana invernal, subir al bondi y sentarte y que no suba un viejo o una embarazada, etcétera. Lo primero que uno tiene que entender de estas sencilleces naturales es que funcionan y probablemente de ahí surja eso de valorarlas. Lo segundo que uno tiene que entender de estas sencilleces naturales es que en exceso suelen joder. Vayan por ejemplo a tomar mucho sol a ver si no. No existirían las religiones si no fuera por esto último porque el único fin genuino de cualquier religión es promover la vida virtuosa y por ende libre de excesos. Suelen promover exactamente lo contrario. ¿Tienen muchas ganas de salir de escabio con las negras y el Carancho? Mejor vayan a la iglesia si no quieren arruinar con vómito un sillón, borrachos de mierda, vayan a la iglesia y vean lo que le pasó a Jesús. Qué asco todo mugriento ahí. Yo por ejemplo cuando veo cómo quedó ese muchacho así todo ensangrentado en una cruz pienso qué tan malo puede ser arruinar un sillón pero nomás porque no me gustan las religiones, que además son complicadas y por eso no hay animales religiosos. Por eso y porque los animales son buenos para evitar los excesos. Habría que indagar entonces sobre si las cosas simples de la vida son algo así como caricias al alma o si están ligadas más bien a lo corporal o se dan indistintamente. Se me ocurre un ejemplo recurrente: contemplar un atardecer colorido. ¿Qué es lo simple acá? ¿El atardecer colorido, la contemplación o la combinación de ambos? Te quedaste en la ruta en medio de la nada, agarrás el teléfono y no tenés señal, no pasa nadie. Entonces hacés como en las películas y te sentás en el techo del auto a contemplar ese atardecer maravilloso que se da tan bien en el campo, y si hay montañas lejanas o un océano en el poniente mejor, ¿no? Ah pero te comen los bichos ahí. Mirá si justo vienen unos delincuentes en pedo y armados en una camioneta como en las películas, te cagan a palos, te roban y te mean adentro del auto. Porque siempre hay una película para todo. Ah pero el atardecer anaranjado no te lo quita nadie, ¿no? Y el amanecer tampoco. Sobre todo después cuando te despertás adentro del auto que te duelen todos los huesos y cagado de hambre y de frío y ves en el retrovisor que se acerca zigzagueando una camioneta oxidada y roñosa. Esto sentadito en la iglesia contemplando un cadáver ensangrentado de madera no te pasa. De todas maneras la paz interior de observar atardeceres, aun cuando de una experiencia visual se trata, parece estar más relacionada a lo anímico que a lo corporal, ¿no? Un momento a solas con el universo que provoca un regocijo casi podríamos decir intelectual o místico que poco tiene que ver con las cosas del cuerpo más bien vulgarcitas como una buena comida o unas birras con las negras y el Carancho. O sí. Por ahora no lo sabemos. Pero nos falta algo, un pequeño detalle que podríamos llamar predisposición. Esa experiencia digamos sencilla necesita del disfrute y para esto tiene uno que armarse de deseo: quiero gozar un atardecer anaranjado con gaviotas y el mar atrás porque me hace bien. Punto. Y una birrita con unas negras y el Carancho ya que estamos. Ah no, dije punto. Llevar a castrar al gato. Perdón. Hay gente que es indiferente a todo esto. A mí me pasa eso de no entender, por ejemplo, cuando te dicen Torola se separó de, no sé, Brad Pitt, ponele, o sea qué. Todo el mundo se quiere coger a Brad Pitt y decís ah pero esta boluda lo dejó. Ahí entiendo un poco a regañadientes cómo es que la gente castra a sus gatos: para que no te dejen por Brad Pitt. Ah re tóxico el chabón. Pero cómo es que castrás gatos a ver o sea ponele onda, mi ser de luz, qué te cuesta dejarlos de fábrica, castrate vos a ver, dale. Pobre animal. O perros, vamos, hembras y machos, se entiende lo pretencioso del asunto. Porque nadie lleva a castrar el jilguerito o la tortuga. Mejor no dar ideas. Hola. Vengo a castrar el pollo. Pero, señor, no castramos aves, además está muerto. Sí, recién comprado en el supermercado, pero me vino sin castrar, ¿acaso mi dinero no vale, eh? Mi abuela la perra tenía cría y ahí nomás ahogaba los cachorritos en un balde de agua, dejaba uno para que le usara las tetas y después lo regalaba. Total la perra a los seis meses estaba preñada de vuelta onda ni se acordaba. Ahora ni coger los pobres bichos todos castrados. Nomás los de raza, los piripipí, esos sí cogen. A veces. Menos el de Ramón, que parece que no le gustan las perras o al menos las que le dan. Porque pobres bichos ni elegir sus garches pueden o sea sos un yorkshire y te hacen unos mimos, te meten en una jaulita y mientras bajás en el ascensor decís cagamos ahora me pasa lo que a la gata de al lado que le trepanaron la cachucha, pero no. Te tiran en el living de una vieja con una yorkshire fulerita con el culo para arriba como un musulmán y te la tenés que coger mientras Ramón habla de vos, justito Ramón, que no pudo con las negras del pedo que tenía, dice que sos un perrazo de puta madre y que vamos a medias con los cachorros. Cómo que no. Nos encantan los animales, vieron, algunos en la parrilla y otros en el sofá o en la jaulita. Complicado. Ya es que uno se predispone mejor con un gatito que con un, no sé, jabalí. Se entiende que vivos ambos. Pasa con la gente también. Hay tipos que son más difíciles que otros. Maradona. Tenés que hacer un esfuercito. Por un lado ídolo total, vieron, jugadorazo, sacó campeón al Napoli que valía dos pesos, campeón con la Selección Argentina, los goles. Pero empezás a hablar en la cerveza y siempre salta algún aguafiestas con que bueno, que hizo trampa, el gol con la mano, también hizo trampa en el 90 con la droga, drogadicto y borracho, no se hizo cargo de los hijos, se trajo a una cubanita menor de edad en la valija, amigo de Fidel y una lista de etcéteras que decís bueno pero lo que pasa que coso nomás para justificar ciertos detalles por obvio respeto inducido por tus afectos. Le justificás a tu ídolo cosas que si hacés vos terminás preso y ni tu familia te va a visitar a la cárcel por desagradable, ¿o no? Es decir que hablar de Maradona no es hablar de las cosas simples de la vida. ¿Y Messi? Todo lo contrario. Messi nunca ni una birra con las negras y el Carancho. Sabés que haciendo cualquier cosa que hizo Messi no terminarías preso. Onda si iba Maradona a tu casa le decías a tu hija de quince años que se fuera a lo de una amiga, pero si va Messi ahora qué. Te morís. Un día el mismísimo Messi dijo que mea sentado para no salpicar, sobre todo cuando te levantás dormido. Qué tal. Háblenme ahora de un prócer del universo. El mundo no estaba ni está preparado para asimilarlo. A ver. Un tipo al que cualquier persona normal del puto planeta abriría las puertas de su casa y le haría la comida sin preguntar nada mea sentado para no salpicar. ¿Y vos, Juan Carlos? Vos que cuando necesitás comprar puchos parás el auto en doble fila jodiendo a todo el mundo mientras que para llegar a fin de mes tuviste que hacer Uber, apenas te saludan tus hijos cuando entrás a tu casa y lo primero que hacés es salpicar el piso del baño sin pudor que total alguien lo va a limpiar y si no da lo mismo mientras que Messi, a quien cualquier Juan Carlos del sistema solar le limpiaría el baño con la lengua (ni salpicado de meo está) nomás para ir a contarles a sus amigos en la cerveza que estuvo en la casa del mismísimo Messi, se toma la molestia de sentarse en el inodoro para mear. No sé si estoy siendo claro con este asunto. No sé si algo tan sencillo puede decir tanto como que uno de los hombres más importantes del planeta mee sentado para no salpicar. Me van a decir que no, que en realidad mea sentado porque le pinta, que él no dijo textualmente eso y que ese simple gesto no va a cambiar el mundo pero, qué quieren que les diga, el otro día fui a la peluquería y el tipo mientras me hace un corte de mierda porque mi cabeza no da para otra cosa me dice el día que Messi se deje el pelo largo nos vamos a quedar todos sin laburo. Y ah pero vos, Juan Carlos, te fumás un pucho en el auto y tirás la colilla a la calle. Bueno. Ya sé que la ciudad es un espacio público, ¿no?, y que pagás tus impuestos, muy bien, y que la calle es de todos y vos con la parte de ciudad que te toca hacés lo que querés porque este es un país libre, pero, ¿es esa colilla tu aporte a la urbanización, Juan Carlos? ¿Qué nos dejó Juan Carlos en su paso por la ciudad? ¿Colillas de cigarrillos tiradas en el suelo? ¿Mientras que Messi mea sentado en su casa para no salpicar? ¿En serio, Juanca? Yo a veces cuando camino por la vereda y veo una colilla tirada me pregunto si será de Messi o de Juan Carlos. O un papel de alfajor. Pero dale. No vamos a negar que deshacerse de una molestia fácilmente es un acto reconfortante y sencillo de la vida como cagar para un perro, que suele comer esas píldoras de astronautas porque además de castrado se atora con los huesos de pollo el muy blandengue. Cómo que no. En la época de mi abuela si eras muy flaco capaz te comía un perro y te enterraba en el fondo para después nomás porque el perro estaba asociado al hueso. Se entiende. Pero ahora son delicaditos como dizque los millennials o la generación de cristal o ya no sé por dónde vamos porque va todo muy complicado, muy rápido, no como en tiempos de mi abuela, insisto, que la gente era niños, adolescentes, jóvenes y viejos, mientras que hoy si tenés diez años sos alfa y a los de treintipico les dicen millennials y a los de veinte centennials o algo así, o generación X, Y, Z, bla bla bla, y a ver si dentro de veinte años te siguen diciendo millennial, Juan Carlos, que tus hijos guita para alguna boludez te van a pedir igual que a mi abuela, no te hagas el ponderado. O como mi tío, que la vez pasada lo anoticiaron de que era boomer y fue corriendo al médico porque, por suerte, no le dio para googlear, que si sí seguro estaba enterrado ahora mismo. O preso. Venir a enterarte a esta edad. En fin. Que mi tío era camionero y coger para él era una de esas cosas sencillas de la vida. Paraba en las whiskerías de los pueblos, se echaba uno y otra vez a la ruta; si lo habrá cagado a escobazos mi tía. Que hoy día les pagan a las minas para charlar. Algunos, se entiende. Maradona eso no hacía porque le daba menos trabajo preñarlas que encontrar la billetera. Yo me imagino a una puta en el aguantadero, que va mi tío a decirle lo que pasa que la bruja me cagó a escobazos y no me dejó entrar a casa, ¿no cierto? Claro que no. Ahora el tipo le paga a la señorita para decirle que el psicólogo lo estafa y ni tetas tiene. Porque eso del sexo desenfrenado y promiscuo suele dejar un vacío existencial. Ya no dicen, no sé, mamada cinco pesos en el auto, anal veinte más el hotel, bla, dicen vacío existencial quince, por teléfono diez, sesión de terapia treinta, por teléfono treinta. Después se quejan. Las cosas sencillas son lo mejor de la vida porque, además de no provocar vacío existencial, saber apreciarlas nos pone felices en un mundo que siempre tiende a complicarse. Punto. Porque ahora me van a decir que la sabiduría y el cultivo intelectual ña ña ña nos hacen felices y yo voy a decir que, primero, cuando uno entiende algo y sabe más, ya sea el origen del universo o cómo hacer un gato (castrado si prefieren) con globos inflados, eso que uno asimiló intelectualmente acaba de volvérsele más sencillo y segundo, a Einstein y Stephen Hawking aun gustándoles (digamos) el surtido de vaginas igualito que a Maradona eran intelectualmente menos rebuscados por decirlo de alguna manera. Se entiende la metáfora. Habría sido más sencillo (y por ende placentero) para Einstein explicar los mecanismos de la física ante cualquier auditorio que para otros por qué los sacaron a patadas de un mundial de fútbol. Para esto último están los poetas y el papa aunque a mí no me funcionen. Dirán que el corazón tiene asuntos que el cerebro no entiende y viceversa, pero a mí me gusta más, como ya dije y para no hablar de tripas, hablar del animalito que todos llevamos dentro, no sé, un gato (para mí sin castrar por favor gracias) y el ciudadano o sujeto social que es quien paga los platos rotos de ambos (a no ser que sean Maradona, que no pagaba nada porque era Maradona siendo que a los gatos los castran justamente porque sus conductas sexuales tienden a los mismos resultados que las de Maradona excepto que hay más gatos que Maradona porque él solía no tomarse la molestia de ponerles apellido a sus resultados y que los gatos tampoco pagan los platos rotos porque ya dije que ni elegir el menú les dejan). Hace un ratito y casi sin querer usé una expresión que parece estar de moda: «caricia al alma». No sé cómo resaltar semejante cosa. «Caricia al alma» suena más bien como algo místico, una experiencia casi religiosa porque, a ver, uno acaricia cosas palpables, viste, acariciar a la perrita que recién hiciste castrar cuando está estúpida por la anestesia es una caricia más bien clásica, mientras que que Einstein te ilumine sobre las leyes fundamentales de la física se parece más a lo que uno podría entender como una caricia al alma porque digamos que uno acaricia un alma con el alma onda un par de fantasmas garchando. Qué sé yo, digo nomás para ponerle eso, onda. Una cosa sencilla de la vida podría ser salir a comprar. Un tipo va al shopping para volver acariciado el alma con las bolsas o al supermercado a llenar el chango de provisiones, ¿no? El carrito lleno de consumibles. Podría ser. ¿Puede haber algo más sencillo en una sociedad de consumo que consumir? Ah pero el consumo por el consumo mismo provoca vacío existencial. El tipo llega a la casa con sus tres pares de pantuflas y una remera rosa con el 10 en la espalda o con su pack de doce latas de Corona y las pizzas congeladas y piensa si eso era todo en su vida porque le dio un ataque de poesía. Seguro a Einstein no le pasaban estas cosas y lo mismo salía a comprar. A los pobres tampoco. El ser humano es un animal que compra cosas, ni más ni menos. Para mí que Einstein era un tipo como el que se pone a contemplar un atardecer en un lago de montaña porque ese simple acto no es más que una manera de conectar con la inmensidad del universo, con esa belleza sin artificios (digamos), nomás que él estaba siempre conectado con eso mediante la física, ¿no? Einstein vivía con el atardecer montañoso en el alma nomás que frente a un pizarrón repleto de chirimbolitos o con este pizarrón en la sesera, onda capaz le llovía en el patio y él contemplaba la aceleración de cada gota de lluvia en su caída libre, libre como el sol cuando amanece yo soy libre, como el mar, como el ave que escapó de su prisión y puede al fin volar. Perdón. Decía desde la inmensidad del cielo en metros por segundo al cuadrado porque eso es ni más ni menos que el universo en funcionamiento. Después te dicen ah no pero los números son fríos, y yo me lo imagino a Juan Carlos con su atardecer en Ushuaia, el sol como una lagrimita de fuego en el poniente, no sé, cinco grados bajo cero, a ver si la naturaleza y el universo son fríos o una caricia al alma como un tecito que te preparó un amigo. Que encima se te quedó la moto ahí. Y pero dale, Juanca, mejor ponete un pulovercito, querés, que te vas a agarrar una pulmonía. Mi abuela siempre decía eso. En fin. Ya es que para todo hay una fórmula. Por ejemplo que la intensidad de la meada es directamente proporcional al volumen de la salpicadura que provoca al rebotar en un sólido. Podemos agregar a ambas variables la distancia y la ecuación da igual, es decir a mayor recorrido del chorro en caída libre más lejos salpica al rebotar en el interior del inodoro. Algo así pasa. Igual no lo googleen. Mínimo cáncer de próstata, dios nos libre. Una experiencia sencilla de la vida que ahora se predica bastante es pasar tiempo de calidad con nuestros hijos. O el tiempo de calidad a secas. Difícil cuantificar esa calidad a veces, pero no seamos pretenciosos. Ramón no tiene hijos, tiene el perrito yorkshire, pero cuando hay que pasar el tiempo de calidad con las negras y el Carancho (sobre todo con las negras) está mamado. Hay que poner onda. En nuestra lengua la palabra tiempo nombra las cosas que todos tenemos en común o, mejor dicho, las que a todos nos afectan por igual. La duración y el clima. El sol sale para todos, nos da la hora y la temperatura; vivimos en el sistema solar. Por eso todo el mundo habla del clima cuando no tiene muy en claro de qué hay que hablar. Salen los viejos del barrio a la mañana y dicen qué humedad de mierda, ha visto, mientras barren la vereda o pasean al perro. Entonces el de enfrente les dice se me joden los huesos y otro de por allá al lado que parece que va a llover. Ojalá llueva así se va esta humedad y refresca. A mí el frío me deja de cama enseguida dice otro y tose y apaga el cigarrillo de un gargajo sin querer, y una vieja a la izquierda dice que ella es más del otoño porque el sol le jode la piel, que queda roja como un morrón, que la cuñada murió de insolación, que ella la playa no te la pisa hasta abril. Capaz que por la esquina aparece un viejo con la bolsa del pan y les dice blandengues, nomás se quejan de llenos, yo hace un año y once meses googleé uña encarnada y no ando lloriqueando mariconadas. Y es que por las cosas de la vida el invierno es triste y el verano alegre. El amor a veces te pone triste si no te dan bola. No hay mejor cosa sencilla que el amor. En eso podemos estar todos de acuerdo. El ser amado en su reciprocidad acaricia el alma como una buena comida. Vieron que uno come por hambre y por gusto. La buena comida compartida suele ser mejor sobre todo cuando el otro es un ser amado. Nos juntamos a comer y a quejarnos del clima. El problemita con las buenas comidas lo mismo que con el amor es que tienen varios ingredientes que uno debe conocer y saber manipular. Una de cal y otra de arena decía mi abuela. Cuando parece que encontraste el amor de tu vida el universo es una maravilla y siempre es primavera, pero a veces la pareja lleva muchos ingredientes, vieron. Cómo que no. Ay yo a Juan Carlos lo amo aunque me pisha todo el piso del baño. Cuando empezás a encontrar muchos peros es que Juan Carlos trajo muchos ingredientes para la pareja. Ay Juan Carlos es un sol pero lo mal que se pone cuando salgo con las calzas y así hasta que Juan Carlos capaz termina siendo un Maradona de tanto ingrediente. Se entiende. O que te compraste una brótola en la pescadería y googleaste una receta. Googlear recetas no te mata; por las dudas no pienso googlear esto. Viste las fotos del plato servido y se te hizo agua la boca. Ese es el manjar que querés comer, no hay dudas. Se llama, no sé, pongamos Brótola a la Sarampiona para hablar en abstracto. El tema acá es el placer de hacer algo cuyo resultado te acaricie el alma. La comida como tantas cosas de la vida y como Brad Pitt entra por los ojos y viste en YouTube todo el proceso. Pero están los ingredientes, que aparte de la cebolla y el pedacito de zapallo para espesar la salsa son cosas que no conocés. Te hacés la listita. Digamos cien gramos de mutrofia, tres chupernosos frescos, una pizca de saljanurda verde, perinotos amarillos, un atado surfrulita enana de Mérida, un cornucapio entero, media salmatrola, portocarretos maduros, cosas así. Con tanto ingrediente parece una receta para alguien a quien no le gusta el pescado. Pero dale. Salís a comprar todo eso y no sabés si encarar una farmacia, una verdulería o el zoológico y como que te da vergüenza preguntarles a los viejos de la cuadra, que además están todos en el velorio del que googleó uña encarnada. No somos nada te dice al pasar la del pequinés. Conseguiste todo menos los perinotos que no había amarillos y trajiste rosados. No importa. Cortar la cebolla en juliana dice. Tenés miedo de googlear qué es juliana, pero lo hacés. Parece inofensivo. Tenés que poner el pescado en una bandeja a marinar con los chupernosos cortados en rodajas finas, la cebolla en juliana, el cornucapio en tiritas y un cuartito de la salmatrola, salpimentar a gusto y agregar tres cucharadas de jugo de limón. Lo dejás una hora cuarenta y cinco minutos en la heladera. En una sartén metés a saltar el resto de las cosas con aceite de oliva a fuego moderado (no te olvides el otro cuarto de salmatrola), ¿no? Así debe ser. Todo va como piña y se te hace agua la boca. Seguir instrucciones claras es una de las experiencias sencillas de la vida, sobre todo a fin de paladear una comida que te acaricie el alma. Más todavía si se trata de agasajar a un ser amado. El último paso es meter la brótola marinada en una bandeja sobre el preparado de la sartén al horno a ciento quince grados por media horita. Ahí es cuando recibís el mensajito de Ramón, que con dos birras y un tinto te escribe por WhatsApp puerta, y te sacás el delantal antes de abrirle. Qué olorcito te dice mientras pone una birra en el freezer y destapa la otra con un cuchillo porque no encontró el destapador. Brótola a la Sarampiona le decís, pero él no te oye porque agarró el control remoto y se tiró en el sillón con el vaso recién servido en la otra mano. Pone un partido Deportivo Español vs Platense de 1998 que agarró al voleo después de unos minutos de zapping. Te grita desde allá que si querés te sirvas un vasito de birra que está rica pero que después la guardes en la heladera porque si no se calienta mientras vos campaneás el horno y el YouTube al mismo tiempo para ver cómo servir la mesa para te quede linda. Obvio cuando sale la comida del horno Ramón se terminó las birras y está abriendo el tinto con una aguja de crochet de tu abuela que encontró en el paragüero. Servís los platos y probás del tuyo para convencerte al final de que te quedó bárbaro. Y sí, y entonces le mirás la cara a Ramón expectante porque sabés que te quedó de puta madre y que ni su madre, valga la redundancia, le preparó una cena así en su puta vida. Ah y pero Ramón traga como un cocodrilo y toma vino como queriendo hacer las dos cosas a la vez. Te das cuenta de que nunca te va a elogiar la comida cuando ves que sin querer está masticando media servilleta de papel tissue mojada en la salsita que le quedó enganchada del tenedor pero te decís lo que importa es que esté contento y el tiempo de calidad que estamos pasando juntos (aunque te gustaría que apagara el televisor pero bueno todo junto no se puede). Cuando volvés con el postre él está otra vez tirado en el sillón ahora con el vaso de tinto en una mano mientras que con la otra manipula una espina del pescado con la que intenta sacarse cositas de entre los dientes, te ve llegar y te dice qué jugador el Loco Dalla Libera y vos intentás con desesperación convencerte de que tus probabilidades de coger esta noche todavía existen aunque la fórmula con tus variables tienda a dar cero. Vamos. Que todo esto con un perrito o con un gatito no te pasa. Ya es que por algo cada vez más gente tiene de esos bichos, porque vienen con pocos ingredientes, y cuando te parece que algo les sobra y por si acaso los hacés castrar. Pásenlo lindo.
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