Fuimos hechos como una figura geométrica plana, plegada en dos dimensiones, con aristas remarcadas que solo sugieren nuestra forma futura. Fuimos recubiertos con una fina capa que resulta agradable al tacto, con una tibieza que invita al contacto y las caricias. Una capa que cubre el vacío interno de nuestras almas, con suficientes espacios físicos al interior de nuestros órganos para que podamos sentirnos inundados por toda la existencia que nos rodea y nos contiene, para que podamos sentirnos en armoniosa conexión con la vida. Una cubierta que encierra un lado oscuro, que a ratos nos inflama con un temor que sobrepasa la cordura, que nos amenaza con romper la fragilidad de siglos de evolución moral de la humanidad. Un lado oscuro que no somos capaces de extirpar de nuestra esencia, ni con la más férrea voluntad de hacer el bien. Pero esta misma cubierta también acoge una blancura luminosa que conmueve, que nos lleva a querer empapar en un abrazo cada célula de nuestro cuerpo con su extraña esencia. Un abrazo al cual no nos podemos resistir cuando distraídamente escapa por los ojos de alguien que nos mira con cariño o cuando se diluye en una sonrisa inesperada. ¿Quién se puede resistir a la bondad? ¿Quién se puede negar a ser contagiado por el amor? Fuimos hechos como una figura geométrica plana, plegada en dos dimensiones, cuya forma verdadera nunca podremos llegar a conocer en este plano de existencia.