El mundo se destierra en las tinieblas:
los negros árboles vagan un trecho,
el rubio vino sube hasta el racimo,
de casa en casa rondan las estrellas,
afluyen al revés los anchos ríos
y yo quiero dormir sobre tu pecho.
Marina Tsvetáieva, 14 de enero de 1917
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En una sucesión de nomeolvides
he encontrado su rostro.
Manos y pies de barro
alzando de la nada el humo torvo
de la voz inaudible.
Voy desandando huellas, luz, olvidos.
En derredor, las sombras,
En la piel
Un silencio, un silbo agudo
Como un latido insomne,
Un crepitar de hojas amarillas,
un desleírse bajo agua de lluvia.
- Se ha consumido en su propio témpano -
Sin embargo este día, como todos
Amaneció para volverse noche
y no sabe si vivo o si recuerdo.
Una gota tras otra
Horadando el presente con su aura,
desgastan con certeza aquella piedra.
Vienen nubes cargadas de tormenta
rompiendo, ya sin éxtasis, el dique
que guarda la memoria entre cuartillas.
Los hombres, las mujeres, unos niños,
Expuestos a la muerte
Rompen filas.....
Y yo me quedo fuera de ese entorno.
El mundo se hizo caos y, en derrumbe,
Es de toscas cenizas y fantasmas,
tan dentro como fuera del perímetro
que cerca mi mirada.
Aunque su boca sea de cenizas
la mía la recuerda entre la niebla
de un arco hecho de luz sobre la sombra.
Me levanto de nuevo cada día,
sosteniendo, sin miedo, mi sonrisa,
levanto aquella copa que rebosa
de una profunda fe en mí misma.
Los racimos, tan huérfanos de vides,
se despeñan, sin huesos, en su nombre.
Donde la eternidad tuvo un remanso
hoy queda un gran vacío que no duele.
Noviembre de 2020 ® |