¡Náufrago! Soy Calipso, hija de Atlante, el dios que conoce todo lo que acontece en el abismo marino y que sostiene con su espalda el cielo para separarlo de la tierra sobre la que sin su empeño, se precipitaría aplastando a los hombres. Mi padre fue el precursor dadivoso que instruyó a éstos sobre el movimiento de los astros, quizá con la pretensión de que alcanzaran la modestia propia de su insignificancia o la inmodestia propia de quienes aspiran a ser también dioses.
Vivo en esta isla azotada por las olas en el ombligo del mar. Son boscosos sus parajes y fieras las criaturas que los pueblan. Más me he acostumbrado a este medio hostil que desearía librarse de mi presencia. La soledad ha sido durante años mi compañía, mi látigo, mi condena. Irremediablemente, durante miles de horas, se ha desatado mi lengua a parlamentarle al viento y en las próximas miles no han de sucumbir jamás mis carnes célibes: siempre te seré joven y apetecible, y si te quedas gozarás también de inmortalidad y juventud eterna.
Todos quisieran tu suerte, náufrago. Todos quisieran arribar a estas playas solitarias tras las muchas penalidades que depara la incierta navegación y descubrir en ellas el amor abnegado. Conocerás mi piel desnuda sobre los lechos arenosos que nos reclaman escondidos en las grutas que horadan esta isla perdida. Conocerás el manantial que soy con solo el albor de tus caricias.
No llores, náufrago, por esa mujer y esa patria que obstinados repiten tus labios. Pronto serán un frío recuerdo y tú, el que hoy eres, también. Yo habré de ser tu mujer, tu patria, tu mundo. No llores, te repito, no llores…
David Galán Parro
6 de mayo de 2024 |