Luego de que Tina se levantara una hora más tarde, se encontraban las dos sentadas a la mesa del desayunador, esperando que el cocinero automático les terminara de servir el desayuno. Se miraban mutuamente, como se miran dos extraños. Siempre había algo nuevo que descubrir en sus rostros, siempre había alguna sorpresa –Sigues creciendo –dijo Tina. Ella la miró con extrañeza. –A mis 32 años eso es imposible –Le contestó. –No creo, recuerdo que cuando era pequeña, tenía un maestro de Cobre que no había dejado de crecer hasta los 45, era enorme, y lo más extraño es que no era abducido, y tampoco parecía tener ascendencia como tú. –Tina, sabes que hay algunas enfermedades genéticas que aún no se erradican ¿A esa edad dejó de crecer así nada más o lo intervinieron médicamente? – Preguntó Alice, mirándola con los ojos muy abiertos –No, ninguna de las dos. A esa edad murió él. – ¿y de qué murió? –Creo que se le detuvo el corazón y no pudieron hacer nada. Pero, no estoy segura, para ese entonces, él había regresado a su país –¿Qué país? –No sé, alguno de los países del sur. La verdad no me acuerdo, se llamaba Plomo 640, creo. –Puede ser, la medicina allí no es muy buena. Yo tengo un conocido que vivía en Plata 324 y se murió por un mal trasplante ocular, al parecer, crecieron bacterias en sus ojos y eso lo mató. Mi padre me contó que en su tiempo la gente no se moría por las cosas de ahora, y que lo que ahora se cura fácil, en su época era mortal. – ¿Cómo está él? –- Él, está bien, hace unos días lo llevaron a prisión por que un grupo de abducidos se escapó del centro de habitación y creyeron que él era uno de ellos. Cuando descubrieron que no, se llevaron una gran y desagradable sorpresa, expulsaron a dos de los humanos que le habían detenido, porque ni siquiera habían tratado de identificarlo con el scanner corporal.