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La venta con elástico.

Era mi barrio en los años noventa. Mis vecinos sabían el año y el modelo de los automóviles de cada uno de los residentes del barrio. También si lo compraron al contado o el valor de las letras, cuando el desafortunado lo compró a crédito. Un segmento se autodenominaban tuercas, cuya validez era comprar un auto muy barato, abollado, con serios problemas mecánicos y arreglarlo. Entre ellos eran solidarios, intercambiaban repuestos, neumáticos, baterías y se ayudaban a empujar cuando el auto no partía. La mayoría con los papeles atrasados. Luego estaban los que compraban un auto funcionando y menospreciaban a los tuercas. Y finalmente los que compraban un auto nuevo o casi nuevo y se distanciaban del resto.

Cuando alguien vendía su auto era porque tenía serios problemas económicos.

Le pasó a un vecino. Las cuentas y el pago del dividendo lo agobiaban. Decidió vender su auto de solo tres años de antigüedad. El precio rescatado desde los avisos económicos del El Mercurio era quinientos mil pesos. Puso un letrero en el vidrio trasero “se vende a quinientos cincuenta mil”, pensando que con la venta ganaría cincuenta mil. Salió a recorrer las calles convencido que los interesados en menos de dos días lo llamarían y rápidamente harían negocios.

Pero lamentablemente no fue así. Ya era jueves y no apareció ningún interesado. Sus vecinos les decían que la razón era porque el precio publicado era muy alto. Estaba sobre el promedio y si quería venderlo rápido debía ofrecerlo a un precio atractivo. Terminaban con la frase “yo a ese precio no lo compro”.

Obediente lo bajó a cuatrocientos cincuenta mil. Más bajo que el precio promedio de El Mercurio. Nuevamente salió a dar vueltas con la esperanza de que a ese monto si existirán interesados. Se paseaba un ratito por la calles del barrio y otro rato se estacionaba en los locales comerciales. Tanto movilizarse gastaba mucha bencina.

El viernes salió a circular con el precio exhibido a cuatrocientos mil. Los vecinos comentaban entre ellos que si tuvieran el dinero se lo compraban de inmediato. Otro a trecientos cincuenta mil y los menos vociferaban que a los trescientos mil. Era una discusión candente.

Eso lo supo el vecino vendedor, así que salió a conversar con ellos y les comunicó, con una cara de lástima que le llegaba al suelo, que estaba dispuesto a hacer negocio a trescientos cincuenta mil. Los vecinos famosos por su boca fácil, ahora no se pronunciaron. Unos se excusaron que ya tenían auto y otros que no tenían el dinero disponible.

Llegó el fin de semana y urgido se decidió venderlo a trescientos mil. Lo tenía en exhibición al frente de su casa. Cómo era fin de semana los vecinos salieron en patota a mirarlo, lo acariciaban, buscando algún rayón en la pintura, se subían a revisar el tapiz. Entre ellos se desafiaban. “Ya, atrévete, cómpralo, ¿no dijiste a trescientos mil?” Otros se lamentaban de no tener dinero. “Un auto casi nuevo a ese precio será imposible encontrar”.

El rumor corrió por la villa hasta que llegó a mi cuadra. Cuando supe que lo ofrecía en trescientos mil me entusiasmé. Partí a verlo. También me subí, lo toqué, incluso lo manejé. Pero recordé a mi padre, como buen mecánico entendido en estos menesteres, “no era buena idea comprar el auto a un vecino o un pariente”. Desistí.

Otro vecino de mi cuadra supo de la oferta, se acercó y como lo vio apremiado, le ofreció doscientos cincuenta mil. Totalmente acorralado aceptó. El mismo lunes llegó con el dinero y se quedó con el auto. Ahora el tumulto, yo incluido, nos dirigimos donde este vecino a felicitarlo por la excelente compra y continuar con la admiración y manoseo del auto.

En la semana al vecino vendedor por fin le aprobaron un crédito en la caja de compensación por un millón de pesos. Pagó los dividendos, las cuenta que estaban vencidas y como un hombre convencido que la suerte siempre lo acompaña se acercó donde el vecino comprador y muy suelto de cuerpo le dijo

- Vecino, ahora le vengo a comprar el auto, mejor dicho que me lo devuelva. Aquí les traigo los Doscientos cincuenta mil.
- No vecino. Así no funciona la cosa. Ya me lo vendió.

El vendedor, ahora comprador, les comunicó a sus vecinos que el fresco no le quiso devolverle el auto. Lo apoyaron opinando lo mala leche del vecino de no aceptar la devolución. A su espalda se divirtieron con el pésimo negocio que había hecho.

Mi señora comprando en los locales se encontró con la esposa del vendedor y victimizandose le dio a entender que fueron estafados, aludiendo al vecino que se negó devolverle el auto, “considerando que le rogamos en varias oportunidades”. Continuó relatando que para comprar del mismo modelo y año, gastaron trescientos mil pesos del millón de pesos que recibieron de la caja de compensación.

- Es lo que se llama una tremenda estafa.

Pero estaba contenta porque con el resto de ese millón se compró un lindo mueble de cocina.

- y aun me quedan doscientos mil pesos. Así que me siento renovada, con un auto mejor, mueble de cocina, con las deudas pagadas y lo más importante con doscientos mil pesos ahorrados

Mi señora llegó a la casa aterrada

- Vámonos de aquí

Texto agregado el 01-05-2024, y leído por 85 visitantes. (1 voto)


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