Cuando en mi pueblo se puso de moda viajar a La Vega para comprar la tela que se usaría en un traje hecho a la medida, yo también fui. Pero primero visité al saquero de la calle El Carmen. Qué no era un sastre cualquiera, aunque su humilde taller pudo haber confundido a los que desconocían su historia.
Y él me anotó el tipo de tejido necesitado, la cantidad de yardas suficientes y el proceso que su estilo de trabajar requería. Rutina con la que cumplí cabalmente. Y esa prenda, que todavía tengo en mi ropero, fue para casarme. Luego, tres años después viviendo en NYC, volví a vestirme con un traje diferente a aquel. Por cierto, que este otro, me lo prestó Andrés: el Benjamín de todos mis cuñados.
Y sé trataba de que iría a un night club de Queens, dónde presentarían al fenómeno del momento. Pero durante el preludio a su show y que bailaba uno de los ritmos típicos colombianos sobre una tarima que subía y bajaba, entró el hombre qué me había prestado la chaqueta. Y me quise morir por recordar el cuento que de niño aprendí.
Sin embargo, el fiasco sé redujo rápido, ya que lo que me llevó a aquel sitio, no era una cosa cualquiera. Y entre traguitos contados y la abstinencia forzosa con los tapados manjares que me cruzaban por los costados, llegó el artista esperado. Y lo que comenzó no tuvo parangón. Entonces pensé que a pesar de todo, lo de haberme ensacado por segunda vez en mi vida, había valido la pena.
Y el propio artista develó los personajes sentados a mi alrededor. Quienes habían viajado de distintas regiones para verle actuar en su debut en la gran urbe. Y lo que apenas iniciaba, sería un recital de conducción, dinamismo, musicalidad, canto, humorismo é imitaciones. Pero unas imitaciones(las suyas), de piezas completas(no de fragmentos), como hasta entonces había sido lo habitual.
Con la innovación de que hasta los acentos regionales dentro del mismo país del artista original, eran captados por aquel gigante del desdoble. Así como hacía notar las variantes entre el portugués de Brasil y el del país de origen. Pero sin dejar fuera la parte jocosa de otras lenguas que ‘lucían ser dominadas perfectamente por él’.
Más, lo que me había llevado a verle actuar en vivo, era el orgullo exhibido por haber nacido en mi patria. Ya qué como partió entre los quince y los dieciocho, lógicamente, su timbre cambió, por las adaptaciones que maneja a la perfección el cerebro. Y dónde la consciencia no actúa.
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