El Valle
…Y considerando de que la situación económica del Estado es insostenible, y de que su mayor gasto sin retorno o beneficio, son las partidas presupuestarias destinadas al pago de jubilaciones y pensiones, esta honorable cámara ha decidido…
El joven gobierno de Justilandia había decidido tomar el toro por las astas.
Una buena parte de los altos ingresos por impuestos se destinaban al pago de haberes de una clase de adultos mayores, que solo consumían y no producían. Ese dinero estaba malgastado y había que ahorrarlo. Los números hablaban a las claras, desde su alimentación hasta sus gastos médicos sostenidos todos por el estado, significaban una muy importante carga en el presupuesto nacional.
La solución fue gestada dentro del gobierno y aprobada por amplia mayoría en el congreso.
Llevarla a la práctica fue un poco más difícil. No toda la ciudadanía estaba de acuerdo.
Dentro de Justilandia existía la región del valle, que era poco productiva y colindandaba con la frontera de un país vecino. La propuesta fue mudar a toda esta clase pasiva que se sostenía con los pagos del estado allí, y reacomodar a los escasos habitantes de dicha región en el resto del país…
Básicamente, que estos “viejos” se procuraran su sustento (vivienda, alimentos y medicina) por sus propios medios.
El traslado de los mayores fue motivo de mucha tristeza entre las familias. Los trenes cargados de adultos y ancianos que partían a un exilio y futuro desconocido y probablemente mortal, recordó a algunos memoriosos a otros trenes cargados de seres humanos en otra época nefasta de la humanidad. Hijos y nietos despedían a su padres y abuelos con lágrimas en los ojos. Algunos mayores autosuficientes bajaban la cabeza ocultando su vergüenza.
La nueva “frontera” entre el valle y el resto de Justilandia se guardaba celosamente, nadie podía salir del valle.
Después de un par de años de pequeña bonanza, Justilandia volvía a estar otra vez en problemas.
Los impuestos (que nunca bajaron) volvían a ser insuficientes para sostener los gastos del país. Curiosamente, los miembros del gobierno no parecían sentir el impacto económico. Por lo contrario, disfrutaban de niveles de vida, como nunca había ocurrido antes en la historia de Justilandia.
Simultáneamente la calidad de vida de los habitantes había decrecido significativamente en áreas como la educación, la salud, la cultura y hasta la producción.
Mientras tanto en la región del valle o “el Valle” como le llamaban sus habitantes, esos mismos dos años habían sido duros pero fructíferos.
Los nuevos moradores prácticamente eligieron sus viviendas entre las abandonadas por los anteriores pobladores, y sin perder tiempo se pusieron manos a la obra.
“Viejos, pero no muertos” era el lema.
Cinco de sus habitantes se consagraron mediante elección democrática simple como “El Consejo de Ancianos”, los miembros debían cumplir con unas pocas consignas sencillas:
1- Debian cumplir con los deberes del Consejo y al mismo tiempo realizar su trabajo diario.
2- No existía remuneración como miembro del Consejo… el mismo era literalmente “ad honorem”
3- Velar por el bienestar de la gente del Valle.
4- Laudar con justicia ante las escasas diferencias entre los habitantes.
Los pobladores del Valle eran todos extrabajadores, representaban
prácticamente a todas las profesiones y oficios. Desde médicos e ingenieros hasta zapateros y albañiles pasando por granjeros, almaceneros y simples comerciantes. Sus conocimientos estaban intactos y su mayor valor era la experiencia. Curiosamente no había profesionales políticos entre los habitantes del Valle.
El consejo inició el comercio entre el Valle y el país vecino. El primer humilde intercambio comercial fue de muebles hermosamente confeccionados por los “abuelos” ebanistas del Valle, y prendas de vestir primorosamente tejidas por las “abuelas”. A cambio recibieron semillas, ganado, medicinas y algunas herramientas. También, desde el país vecino partieron las primeras cartas de los habitantes del Valle a sus familiares en Justilandia. Estos últimos las guardaron con cariño y en secreto.
Los albañiles reparaban casas, los carpinteros construían techos y muebles, los plomeros aseguraban el acceso al agua, los granjeros cultivaban y cuidaban de sus rebaños. Pero también los médicos curaban, las enfermeras cuidaban a los enfermos y los ingenieros planificaban las estructuras básicas para la vida en sociedad, un hospital, una represa, una usina y hasta un colegio.
El intercambio comercial con el vecino país crecía a diario.
Lejos de la abundancia y con muchos muertos en el cementerio, los habitantes del Valle, dos años más tarde, eran autosuficientes.
Tal como lo expresó el célebre dramaturgo inglés, algo olía mal en… Justilandia.
Los Gobernantes notaron primero una fuerte baja en la recaudación impositiva. La misma obedecía a que la base poblacional trabajadora, partía del país con sus familias rumbo al país vecino.
El país se estaba vaciando y empobreciendo a pasos acelerados.
En el Valle todos los días llegaban familiares desde el país vecino y eran recibidos y alojados con amor por sus mayores.
El colegio del Valle ahora estaba repleto de niños y ellos tenían a los mejores maestros de la región.
Había trabajo para todos. Y, por primera vez, el consejo envió a algunos ciudadanos destinados a proteger la frontera entre el Valle y Justilandia.
Ahora tampoco se podía entrar al Valle sin la aprobación del Consejo. Los profesionales políticos estaban totalmente prohibidos.
El Valle era ahora estudiado por todo el mundo como un “raro” caso de éxito y prosperidad sostenida. Los viejos del mundo sonreían en su interior y murmuraban, “el diablo sabe por diablo, pero más sabe por viejo”, o como dicen todavía en el Valle, ¡Viejos, pero no muertos!
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