Créeme cuando te digo que eres la única historia que no construí en secreto... Más aún, cuando te digo que hay memorias y existencias que atravesaron mi vida como si fuesen espectros de agua, inasibles y húmedos entre mis dedos. Demonios que me habitaron sin prisa y a los que a veces les respiraba con miedo.

Contigo fue distinto, a ti nunca quise esconderte. Tus crespos negros me dominaron desde el primer día y abracé al olor de tu pecho.

Fuiste, desde entonces, mucho más que "amor después del amor", te convertiste en mi necesidad de amar sin tiempo, sin límites, sin taras o constructos fabricados por mis crisis de sobreprensamiento.

Por eso supe, cuando abordamos el primer avión juntos, que te amaría para siempre. Siete vidas me regresionaron en la mente mientras cruzábamos el cielo y en la turbulencia, jamás me soltaste...

Aquel día, rumbo a Buenos Aires, realmente te vi...

Por eso te escribo esto, porque después de tus ojos he decido permanecer hasta que por fin decidas liberarte.

Me quedo indefinidamente...

Quiero verte sanar, sin soltarnos.

Confieso que me da mucha curiosidad ver cómo cortas todos aquellos hilos que limitan tus movimientos y cómo empezarás a articularte sobre lo que tanto sueñas.

Quiero hacer trazos sobre tus pensamientos mientras terminas esa novela y llevarte al escritorio el café y las ganas.

Sí, es verdad, yo ciertamente te amo y algo me dicta que siempre te voy a amar, incluso aunque, un día, tú también te conviertas fantasma.