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EL BIBLIOFILO

En una vieja casa de ladrillos y techo de tejas, vivía un hombre al que todos conocían como el señor bibliófilo, por su gran inclinación a los libros, especialmente a los de ediciones originales, raras y antiguas.
Don Valentín tenía la misma afición de su padre, quien fue un gran lector toda su vida.
Su hogar era una biblioteca heredada de él, que convirtió en su morada. En sus paredes fabricó estantes que resultaron insuficientes y terminó apilando los libros desde el suelo hasta el techo, creando un laberinto de conocimiento y fantasía.
Nunca formó familia, pues su mayor interés siempre fue la lectura. Cuando solía salir al mercado o al parque llevaba consigo un ejemplar para entretenerse mientras esperaba ser atendido. Por su condición de ferviente lector y coleccionista también era llamado "el hombre de los libros".
Cada mañana, al despertar veía los ejemplares que poseía y disfrutaba de su aroma a papel antiguo. Se pasaba los días investigando en ellos sobre historias de países lejanos, imaginando tener conversaciones con personajes de esas épocas remotas, y aprendiendo de los sabios que habían dejado su legado en tinta sobre papel.
Con frecuencia, los vecinos lo veían a través de la ventana, leyendo a través de una lupa algún volumen polvoriento, en búsqueda de conocimientos y diversión. Decía que un libro era un amigo y que cada historia era una aventura de la que podía aprender algo nuevo.
Cuando le preguntaban el porqué de su hobbie, afirmaba que incrementaba su coeficiente intelectual, mejoraba su memoria, reducía su estrés y mejoraba su salud mental.
Al estar rodeado de cientos de libros, nunca se sentía solo. Encontraba compañía en las palabras que leía y consuelo en las narrativas que tejían con maestría los diferentes autores. Y así, entre capítulos y versos, nuestro personaje vivía feliz, en ese mundo donde la realidad y la ficción convivían en perfecta armonía.
El día que falleció fue todo un acontecimiento en el pueblo. Por saberse sin herederos, previamente había donado la casa con sus libros a la alcaldía de la ciudad, para que los estudiantes usarán el material; le tomaran amor a la lectura y aumentan sus conocimientos. El material del local era tan abundante que muchos de los libros fueron a engrosar las bibliotecas de varios colegios y escuelas públicas.
Su idea resultó un éxito, pues los salones de la casa y de las bibliotecas se llenaron de estudiantes que leían por puro placer o para hacer las investigaciones y seminarios que les requerían sus profesores.
Su influencia y su presencia no se apartan del viejo caserón donde vivió disfrutando de esa afición tan beneficiosa para su desarrollo intelectual. Sus vecinos afirman que lo han visto al filo de la medianoche a través del cristal de la ventana, leyendo alguno de sus viejos libros auxiliado por la lupa que reposa, desde su desaparición física, en el escritorio de la administradora del local.

ALBERTO VASQUEZ.

Texto agregado el 16-04-2024, y leído por 79 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
02-05-2024 Una excelente crónica del amor hacia los libros, entretenida, bien escrita que se lee sin sentir. Abrazo. sendero
19-04-2024 Me gustó mucho este cuento, más de uno debería seguir el ejemplo del protagonista. Saludos. ome
17-04-2024 5* jdp
 
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