Hoy de mañana me miré en el espejo,
en él, un rostro me miraba,
un rostro que no significaba nada, nada…

De inmediato se borró,
el cristal se vació de azogue,
su mercurio se esfumó,
nada me reflejaba,
¡pero yo estaba frente a él!
Se sucedieron luego,
una cantidad infinita de rostros;
rostros de hombres curtidos,
de doncellas y niños, caritas de bebés.
Gente de todas las etnias, colores y formas,
personas de distintas edades y tamaños,
de muy diferentes aspectos,
una sucesión que parecía no tener fin,
pasaba frente a mí,
a velocidad fantástica,
como un caleidoscopio de caras.


Supe que me mostraron todas aquellas que fui…

Y tornó a quedar vacío.
Parada frente al espejo
ya no había nada, ni nadie.
Sólo estaba el cristal
que no mostraba nada.
Lo miraba, y no había ninguna persona
que devolviera mi mirada.

Entonces, tomé la decisión;
y durante la noche volé rápidamente,
dejando la frontera de mi piel.
Serena, me dirigí a otros mundos.
Allí, el sol que me habita,
francamente destellante,
se unió a otros soles hermanos,
en una Danza Cósmica de pura alegría sin fin.
Volvía a mi hogar,
a esa sensación de plenitud y esplendor.
Entonces, ya fundida en la Luz,
sin principio ni fin;
me reconocí.