El destino de María Helena.

María Helena se despertó con una sensación diferente a los días anteriores, algo había cambiado, el otoño había anunciado su presencia y a pesar del hermoso día que pintaba de claros colores el cielo, no pudo menos que entristecer su alma.
Lo curioso es que a ella le encantaba el otoño, casi casi era su estación preferida, pero este año nada le parecía igual, sintió frío de pronto y vio que la ventana del comedor había quedado abierta.
Estaba segura de haberla cerrado, pero quizá no era así y al cerrarla pensó que volvería a la cama, era sábado y hasta la comida estaba hecha, aprovecharía para dormir un rato más.
Pero, al volver a la cama algo le dijo al oído, o así lo creyó, algo así como que ¿para qué lo haría?, tenía que aprovechar el día que, aunque un poco fresco estaba hermoso.
Un baño, le sentaría a las mil maravillas y al vestirse buscaría prendas nuevas, quizá más otoñales y saldría a desayunar en algún café céntrico.
María Helena era una de tantas mujeres jóvenes, que la soledad era su fiel compañera, aunque tenía alguna que otra amiga, casi todas estaban casadas y ella, aún soltera y los tiempos eran diferentes, ella no tenía a quien justificar su tiempo, era de ella y solamente de ella.
Esa mañana hubiera preferido quedarse en la cama, pero aún contra su voluntad salió.
Desayunaría, no en su casa sino en algún bar céntrico para cambiar la rutina.
Tenía que cambiar su manera de ver la vida, el mozo le preguntó qué iba a ordenar y siguiendo su costumbre pidió un vaso de jugo de naranja y un café con medias lunas que le parecieron deliciosas.
Mientras desayunaba observaba a la gente que pasaba muy de prisa hacia cualquier lado sin ver siquiera más allá del piso, nadie parecía feliz o por lo menos eso pensaba cuando de pronto un pequeño que no pasaba los nueve años la observaba desde la vereda.
Al verlo imaginó tantas cosas, pero sin saber qué hacer llamó al mozo y le pidió que le trajera dos alfajores y un refresco y que se lo cobrara y que se lo llevara al niño que estaba en la vereda.
El mozo extrañado le dijo que no veía a ningún niño a lo que la mujer le respondió que debería estar ciego, ella lo estaba mirando y el niño a ella.
Al final le dijo que igual le trajera el pedido envuelto para llevar.
Pagó y con el paquete en una mano salió en busca del extraño niño.
Ahora la que no entendía nada era ella porque afuera no había ningún niño.
Pensó que se estaba volviendo loca, que no podía haber imaginado lo que estaba segura de haber visto, pero al no encontrar a nadie decidió seguir su camino.
Mientras caminaba vio venir a un muchacho con el rostro ensangrentado, se asustó, pero no podía dejar de auxiliarlo lo increíble fue que al acercarse para preguntarle qué le había pasado, nadie había alrededor, el joven había desaparecido igual que el niño que la miraba desde la vereda y tapándose los ojos se dijo a si misma que tendría que ir al médico, que aquello no era normal y sin pensarlo dos veces fue a la emergencia de la sociedad donde después de un rato de estar esperando vio a un anciano sentado solo, parecía estar sufriendo con mucho dolor. Se acercó a preguntarle si necesitaba algo, pero de pronto se dio cuenta de que el anciano solo estaba en su imaginación y esto fue demasiado, volvió a su asiento y esperó sin mirar a nadie hasta que la llamaron. Luego de tantas visiones estaba segura, ¡se estaba volviendo loca!
Se sintió tan bien al ver al médico que la atendía amablemente que se preguntó si sería de verdad o tal vez otra de sus imaginaciones, pero al sentir la dulce voz del joven médico volvió a la realidad.
Le contó lo que le había sucedido desde la mañana y con mucha paciencia el doctor luego de examinarla le dijo que volviera a su casa, que se metiera en la cama y que luego de haber dormido profundamente se levantara y volviera a la sociedad, estaba seguro que para ese entonces ya se le habría pasado todo y se sentiría como nueva. Todo era tan extraño, pero el médico se veía tan real…
María Helena hizo lo que el médico le ordenó y al rato estaba en su cama durmiendo y soñando.
A las horas de dormir plácidamente se despertó sin recordar nada de lo que había pasado.
El día estaba hermoso y volvió a hacer todo otra vez, sin saberlo, ya en la calle algo llegó a su mente entró al bar y volvió a pedir lo mismo. Comenzaba a recordar lo que creía un sueño.
El mozo la miró le dijo que ya no era hora del desayuno, pero que el almuerzo ya estaba listo.
María Helena otra vez recordaba lo vivido esa mañana y prefirió no pedir nada y marcharse. Volvió a la sociedad, pidió para ver al doctor que la estaba esperando.
–¿Usted se acuerda de mí? Le preguntó.
–Por supuesto, ¿está mejor?
–¿Estoy loca, doctor?
–No.
–No entiendo nada.
–No se preocupe, yo tampoco, pero creo que todo eso que vio en su imaginación la trajo hasta mi consultorio, quizá el destino quiera que nos conozcamos e ideó este encuentro algo rebuscado y macabro, pero el destino es el destino y le haremos caso, la invito a almorzar, ¿acepta?
–Por supuesto doctor, ¿Quién soy yo para ir contra el destino?
El otoño que empezaba ya no parecía tan frío y tal vez su fiel compañera la soledad decidiera dejarla, solo el destino lo sabría.
Omenia
1/4/2024