Eran dos hombres, dos que no se distinguían de los demás, eran simples mortales, y un día ambos hombres, decidieron visitar a Dios en la Montaña Sagrada.
Uno traía infinitas preguntas para hacerle y en sus ojos se notaba la ansiedad del que lo cuestiona todo; del que quiere develar todos los secretos del universo.
A cada pregunta realizada, Dios respondió con infinita tranquilidad y paciencia, como si le estuviese explicando a un niño, con la mayor sencillez posible.
El hombre cada vez con cada vez mas energía y soberbia, realiza preguntas según él, eran más complejas y rebuscadas, tales como: ¿qué es la nada?, ¿estamos solos en el Universo?, ¿existe vida después de la muerte?.
En cambio, el otro hombre, se limitaba a observar y escuchar, aguardando tranquilo y en silencio su turno.
-Cuando el primer hombre hubo concluido, Dios habló al segundo: ahora es tu turno, le dijo, con infinita bondad.
-Bien, dijo el hombre. Yo sólo traigo una única pregunta. La más sencilla, la más evidente: ¿Por qué toleras nuestras preguntas?.
Una enorme sonrisa se dibujó en Dios.
-La Divinidad respondió con otra pregunta:
"¿crees que es por amor?".
Siguió un leve instante de silencio. Luego procedió a devorarlo, mientras el otro hombre, inútilmente, trataba de escapar. |