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- Podrás hacer lo que quieras pero cuando cumplas dieciocho años.

Me faltan dos meses todavía. Dependo de mi padre a todo evento. Hasta para levantarme de la mesa antes de tiempo debo ver su cara.

- Yo decido. No tienes independencia. Mientras no cumplas los dieciocho.

Si no obedecía me clavaba el dedo gordo en las costillas o los certeros palmazos en la nuca. Ahora no. Usa la técnica del desprestigio. Para el resto de los familiares era el terrible, el maleducado, irresponsable y desaseado.

Las famosas tías y la respectiva decena de primos gozaban de prestigio porque cada uno resaltaba en exceso sus habilidades. La totalidad eran buenos estudiantes, aunque no me consta, se lo celebraba. Los buenos modales, también. Si alguna tejía, cocinaba bien o era graciosa, fantástico, y si alguno estaba seleccionado en un club de remo, tocaba guitarra, bailaba cueca o nadaba como pato, lo elogiaba, en cambio yo era un ser incompleto, porque según él. no era capaz de completar ni un puzle.

Desde pequeño me di cuenta que mi padre era un poco desigual en mi trato, Para mí no era estricto, sino que era injusto, parcial, maltratador y medio cobardón, por decirlo suave. Con sus tres hermanas era un amor. Lo mismo con sus hermanos. Todos los beneficios tanto económicos como afectivos se volcaban hacia ellas. Y por chorreo, término economista, le llegaba a sus respectivos maridos y por ende a la familia completa. Era el alma de las fiestas, el orador principal, todo empezaba cuando él llegaba, La fórmula era que los grandes gastos corrían por su cuenta. La compra del asado, mejor dicho la compra del cordero, las compras de remedios, pasajes, hasta los rollos fotográficos. Cuando las primas mayores se fueron casando, los regalos eran desproporcionados.

Me fue fácil distinguir que las risas de los familiares con mi padre eran fingidas, interesadas e hipócritas. Con el descarado propósito de congraciarse y que mantenga esas ayudas constantes apoyaban la idea que su hijo era un ser errante.

Cumplir los dieciocho era importante. Ya había terminado la secundaria y estaba en la universidad, pero no se notaba. Para la familia el mejor era uno casado con mi prima que estudió en la escuela de investigaciones y otro que estudió contabilidad.

Se me ocurrió que en el discurso en la fiesta de cumpleaños, cuando uno pide el deseo antes de soplar las velas, era aclarar que se acabó el maltrato. Basta de ninguneo. Pero sabía que no era suficiente. Como otras veces me dirían “igual te merecías las palizas”. Incluso era habitual que otro soplaría las velas antes provocando las risas en la concurrencia.

El día de la fiesta, con toda la parentela presente, llegó el momento de apagar las velas. Los tíos y los primos mayores bocones se aprovechaban del momento y bromeaban

- Por fin creciste, ya era hora. El niño terrible.
- Si. Tenías enfermo a tú papa. Espero que ahora cambies.

Por cada broma que me hacían, más fuerza me daba decir lo que tenía preparado.

- Me van a disculpar pero no puedo ni debo quedarme impávido frente a un acto injusto. Esa impotencia me perseguirá toda la vida.

Lo estaba logrando. Se acabó el murmullo. Luego de una pausa continué.

- ¿Recuerdan cuando era niño y mi padre me levantaba de la mesa para darme un escarmiento sin razón alguna?.

Silencio. Por supuesto que se acordaban.

- Yo pensaba. “Ya voy a crecer” - Pausa - Bueno, ya crecí.

Mis tíos me miraban desafiantes. Veía en sus rostros - ¿Y?

- A partir de hoy, pongo en conocimiento, y lo dejo firmado, que si nuevamente sorprendo a mi padre dándole puñetes a mi madre, se la verá conmigo.

Miraba a los presentes. Se escuchaba.

- ¿Cómo? - ¿De qué está hablando? -¡Está drogado!

Continué.

- Y si llego a saber que alguien sabía de estas agresiones, también se las verá conmigo.

Mi padre me miraba con una risa apenas dibujada en sus labios. El resto lo miraban. Nadie reaccionaba.

Soplé las velas. Nadie las sopló antes. Solo mis invitados y primos menores cantaron “cumpleaños feliz”.

Texto agregado el 11-04-2024, y leído por 106 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
12-04-2024 Lamentablemente, individuos como el protagonista de tu cuento abundan en la vida real. moraleja: No hay que esperar a los 18 años para detener el abuso. Saludos, sheisan
12-04-2024 Cuentas y escribes y también creces. Entonces, todos cantarán la canción de los primos menores. Te felicito. peco
 
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