TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / Hectorfari / La ciudad y el espejo

[C:618408]

Desde hacía un tiempo algo raro me pasaba mientras recorría la ciudad. Una ciudad que conocía como la palma de mi mano y que amaba y odiaba en partes iguales. Varias veces me sucedió que al no pasar por un tiempo largo por alguna zona, notara que el lugar estaba diferente, no sé, algún comercio que hubiera cambiado de rubro o su cartelería, algunas casas que se demolieron para darle lugar a edificios sin personalidad y cosas así, normales. Pero últimamente, las cosas empezaron a ser diferentes. Muy diferentes.
La primera vez que empecé a notar esto, fue una mañana de otoño en la que pasé frente al teatro Solís, cuna de la cultura montevideana y del país, construido a mediados de 1800, hermoso y elegante. Tuve que mirarlo varias veces para entender que ahora era un edificio que se parecía más a una vieja catedral de estilo gótico, sobrecargado. Cuando lo vi, no sé cuánto tiempo estuve parado allí, mirando a mi alrededor para asegurarme que estaba en el sitio correcto y, quién sabe por qué, me podría haber confundido de lugar. Lo miré hasta cansarme, la fachada sucia, el nombre en letras de bronce; el año de su construcción.
Me sentí extraño, vacío, preguntándome qué estaba pasando. Qué me estaba pasando. Un mareo se trepó a mi cabeza, obligándome a sentarme en una plaza cercana.
Al poco tiempo, volvió a suceder. Donde estaba el obelisco, ahora una vieja fuente de mármol, repleta de encantadores querubines que lanzaban agua por sus boquitas fruncidas, ocupaba su lugar. Miré a las personas sentadas en los bancos que la rodeaban, pensando si ninguno de ellos habría notado el cambio, la diferencia.
Decenas de teorías conspirativas pasaron por mi cabeza intentando descifrar lo que ocurría. Desde universos paralelos, portales dimensionales a una locura insipiente. Nada me conformaba.
Mientras tanto, el “cambio” continuaba. La casona del museo Blanes, al menos por fuera seguía siendo la misma, y conservaba su nombre. La diferencia con el que conocí, era que en su interior, enmarcadas en dorado con todos los firuletes ya conocidos, hojas de viejos almanaques recibían la admiración de los visitantes.
Eso también me pasó con casas en las que había vivido, números de ómnibus; hasta los colores que identificaban a los taxis. En ocasiones me detenía frente a un monumento y, fingiendo ser un turista, le pedía a algún transeúnte que me explicara algo sobre el homenajeado. Todos me señalaban el nombre grabado en la base, pero nadie me sabía dar más datos.
Varias veces intenté explicar mi presunto problema a mis amigos, a mi familia, pero apenas empezar, me daba cuenta de lo ridículo que podía sonar. ¿Qué podía decir? Preguntar: Che, Juan, ¿viste que la playa Pocitos ahora es un arroyo? Era una locura que cada día me asustaba más.
Fui a un sicólogo que inmediatamente me derivó a un siquiatra que me escuchó con atención y sin darme algún indicio de lo que presentaba, me recetó unas pastillas y me dijo que volviera en un par de meses.
Las píldoras solo me atontaban, me bajaban la ansiedad, pero los cambios que veía aumentaban día a día, al punto de desconocer mi propia casa.
Lo peor empezó cuando los diferentes empezaron a ser las personas. La misma voz, el mismo trato, el mismo nombre. En otra cara, en otro cuerpo.
Dejé mi trabajo, o me echaron, realmente no lo sé. Prácticamente no comía y me daba cuenta que vivía sospechando de todo y de todos.
Levantarme cada mañana y no saber con qué o quién me iba a encontrar, era un suplicio que aumentaba día a día.
Anoche, a pesar de que me atiborraba de pastillas, no pude dormir. Me levanté antes que el sol sin saber qué hacer. Fui al baño y con temor, me miré al espejo. Al menos seguía siendo yo, pensé con alivio al verme. Demacrado, ojeroso, con la barba crecida, pero yo.
Mi imagen reflejada comenzó a sonreír. Su mirada fija en la mía, cambiaba. En sus ojos había reto, tal vez burla, mientras, notaba que su brazo derecho se iba elevando. Muy pronto, en el espejo, vi aparecer la mano. Subía mansamente, sin prisa. En ella un revólver fue apoyándose lentamente en mi sien.



Texto agregado el 11-04-2024, y leído por 160 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
12-04-2024 Un cuento vibrante, rico en descripciones y con un desarrollo del relato que poco a poco provoca involucrarse en el desconcierto que invade al protagonista. El final sobrecoge. Felicitaciones Fari y qué bueno que publicaste ;) sheisan
11-04-2024 Excelente cuento, exquisita trama. Inmortal quizás?. coincido con Yvette27, es bueno encontrar un buen cuento en la página. Felicitaciones!! musas-muertas
11-04-2024 !Que alegría encontrar este cuento impecable coherente desde el principio hasta el final. Me recuerda la forma de escribir que hubo, allá lejos y hace tiempo. esta página si que cambió, quedn pocos que todavía piensan qu¡e es una página literaria . Gracias yvette27
 
Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]