Julio Cortázar fue un escritor que conocía al dedillo la sintaxis, la gramática y etc., pero que despreciaba las comas, en sus creativos cuentos, como la función de los correctores de estilo (siempre hablando de sus cuentos), ya que se los arruinaban, porque él los escribía siguiendo una pulsación, una cierta cadencia musical que vibra en el oído interno del lector. Es algo que va más allá del mensaje mismo, pero que lo profundiza, enriquece y lo amplifica.
A esas zonas de la creación literaria, ciertos correctores de estilo, mineralizados en sus reglas (justas en ciertos escritos), simplemente no llegan, porque esas intuiciones del escritor fluyen en caudales invisibles y desconocidos al propio creador que, privilegiadamente, las vive, siente y experimenta con la fuerza de un oleaje oceánico durante el proceso de su escritura creativa (cuento, novela, poesía), como un músico que piensa melodías y crea armonías.
Cuenta el gran Cronopio una su particular experiencia con las comas y los correctores de estilo (los verdaderos), donde uno de ellos, perteneciente a una editorial de Madrid, en una sola página de su cuento le agregó treinta y siete (37!) comas, si bien el corrector tenía perfectamente razón desde un punto de visa gramatical y sintáctico. Sin embargo, su cuento fue completamente desvirtuado, pero, ojo, no desde el punto de vista del mensaje, el cual fue expresado correctamente, en su festival de comas, por el corrector de estilo.
Paradójico el asunto, por esto muy interesante, porque entra en juego un factor novedoso, el cual no funciona en una prosa correctamente escrita la cual, eso sí, ha vehiculado y expresado correctamente el mensaje, donde un lector normal lo recibe, lo entiende y queda o no contento con lo leído, pero las comas del corrector lo privaron de algo fundamental.
Siempre hablando de la experiencia de un escritor como Cortázar, donde su cuento en el caso de las treinta y siete comas en una sola página, incluso conservando el mensaje, destruyó e hizo polvo lo más importante para el autor, que sería una cadencia, una palpitación, un latido y un ritmo subyacente al mensaje, y que se produce durante la creación literaria de los grandes escritores. Cuando este ingrediente está presente en la prosa y un lector particular lee este tipo de cuentos, sin la molestia de esas molestas comas correctas que al creador no interesan, ese particular lector capta, en alguna profunda de su ser de lector, ese misterioso mensaje y lo integra, lo engloba como un efecto de tipo intuitivo y fundamental a la belleza del cuento. Este lector cortaziano disfruta del fluir metafísico, de la inspiración, del pálpito y vibración que el escritor vivió durante el proceso creativo.
Como siempre, el leso y bobalicón de r. no entendió nada de lo que creyó leer. Cambié el título para mayor precisión, inútil ayuda para el tontorrón de r., eso sí. |