Me gusta tocar a los muertos. No es algo nuevo, me pasa desde chico. La primera vez fue en el velorio del abuelo de Marina Campos, yo estaba enamorado de Marina a los ocho años. Recuerdo que la maestra nos dijo que había faltado porque se le había muerto el abuelo y lo primero que hice fue pensar en mi abuela Cata y en cómo me sentiría yo cuando se muriera. Es inevitable, siempre me tengo que poner en el lugar del otro, por eso me gustan los muertos, porque me vacían de cosas. Pensé, entonces, en que se moría mi abuela Cata y me agarró una felicidad tan grande que imaginé a Marina bailando alrededor de su abuelo. Después el director preguntó quién quería ir al velorio y fuimos unos cuantos, no por el viejo sino por quedar bien con Marina, así dijo el flaco Ramos cuando llegamos a la casa velatoria. Yo iba por Marina, sí, pero además por la fiesta: ya me había inventado globos colgantes, vasitos de colores y hasta una torta con una tumba de chocolate. La llegada a aquel lugar fue una de las decepciones más grandes que tuve, pero después se me pasó: el flaco Ramos acaparó a Marina y no me quedó otra que acercarme al abuelo. Algunos le daban besos en la frente para congraciarse con la familia, aunque a mí me llamaban la atención las manos: uno de los dedos había quedado en una posición extraña, como despegado del resto de la mano. Primero pensé en acomodarlo sin que nadie me viera, pero después entendí que había quedado puesto para arriba con otro fin y me lo metí en la boca. Así fue la primera vez que toqué un muerto. La segunda fue mi abuela Cata. Con ella entendí por qué la gente es más buena cuando está muerta, así que me quedé a acompañarla por la noche para que no estuviera sola, eso le dije a madre antes de mandarla a dormir. Lo único que nunca entiendo es cuando la gente llora, por más que tengo eso de ponerme en el lugar del otro no hay manera: a mí me pone feliz porque ya dije que me gusta tocarlos. Empiezo tocándolos con la lengua para saber la temperatura: me regocija la idea de algo más frío que yo. Igual hasta ahora no encontré ninguno, no sé si es por las flores o por el amontonamiento de gente, siempre están tibios. Además me gustan porque no piensan, entonces me puedo quedar quieto un rato largo sin hacerme problemas hasta que alguien me descubre y tengo que salir corriendo. No sé por qué siempre tengo que salir corriendo cuando me descubren. Aunque ahora ya no. El doctor dice que me van a tener acá un tiempo, que una cosa es tocar muertos propios, pero que los ajenos son otra, que ya estoy grande y me debería dejar de jorobar. Lo miro y me lo imagino muerto al doctor, es la única manera de sobrevivir. Imagino que un día se muere, que entra confiado y se muere nomás para que yo le pase la lengua. |