No maten al mensajero
“No maten al mensajero” (o al cartero para el caso), es una vieja expresión que pretende explicar la injusticia que se comete al culpar al portador de malas noticias.
¿Y con los escritores que pasa?
Los seres humanos somos genéticamente “recolectores” de recuerdos propios y ajenos (quizás la mayor diferencia si no la única con los animales). Probablemente por esa razón, y ante la abultada cantidad de información que se acumula con el pasar del tiempo, agregado al incremento exponencial de datos disponible en las últimas décadas, merced a la globalización y la tecnología de comunicación, el ser humano “defiende” su limitada capacidad de recordar “todo”, almacenando parte de dichos recuerdos en planos no conscientes. Pero la totalidad sigue aun allí, en su casi infinita memoria.
Los creadores de las computadoras lo copiaron cuando inventaron para ellas los procesamientos en línea y los procesos “batch”. Esto significa que la computadora, al igual que nosotros, puede trabajar en el plano “consciente” y al mismo tiempo en el plano “subconsciente”.
No pretendo dar clases de filosofía ni psicología, pero creo que todos hemos experimentado la frustración de no recordar un nombre y tiempo después, mágicamente, nos sorprendemos al recordarlo.
Todo este bla, bla, aburrido es para explicar que, los que nos llamamos escritores explotamos permanentemente este recurso cuando escribimos.
En este punto quiero hacer la distinción entre ESCRITORES (con mayúscula) y aprendices de escritores, (claramente yo pertenezco al segundo grupo).
Pero aun ambos tenemos en común ese instante de “inspiración”, que no es otra cosa que cierta habilidad para unir recuerdos conscientes y subconscientes (en mi caso particular ocurre por la noche cuando empiezo a dormirme…. ¡Maldita sea!), y allí se forma la idea y el cuerpo de una historia.
Si a eso se le suman los recuerdos de cosas experimentadas, escuchadas y fundamentalmente leídas a lo largo (como es mi caso y el de algunos de ustedes) de más de 70 vueltas alrededor del sol, los resultados son a veces muy ricos en variedad y volumen.
De ahí a transmitirlos y escribirlos como Dios manda es harina de otro costal. A muchos nos pasa que, por buena que sea la historia, nuestros escritos no nos salen bien, o como dicen en la madre patria, “el cochino nos salió mal capado”.
De cualquier manera, ya sea por nuestros recuerdos o por nuestra habilidad para escribirlos, somos, a diferencia del pobre mensajero, totalmente responsables de nuestros "mensajes".
Por lo tanto, y ante un pobre escrito, no nos queda más remedio que, aceptar el juicio del lector y aceptar el veredicto.
¡Maten al escritor!
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