Hay situaciones en que uno inventa historias y se las termina creyendo. A mis veintes, un amigo, luego de una noche de copas, nos deja entrar a un pequeño grupo de gente a una casa que estaba vacía, pero llena de cosas antiguas. Al parecer, ahí vivía una persona mayor y le había dejado en custodia las llaves a mi amigo. Entramos solo para que él dé una mirada y cerciorarse que todo estaba bien. En eso, otro compañero me dice: "mira, monedas antiguas". Tomó una y se la guardó. Yo casi le reprocho, sin embargo, una me llamó la atención. La quedé observando buen tiempo y también me la metí al bolsillo. Salimos y en el auto (no recuerdo si era de uno de ellos o un taxi) el sujeto que tomó la moneda se la quedó mirando. Con mi cargo de conciencia, le digo que eso no estuvo bien, aunque más allá de mencionar un discurso moral, le hablo sobre que los objetos tienen una carga espectral de quien la posee. Que al tomar sin permiso las cosas, uno se lleva con estas la energía de su verdadero propietario. Como esta energía no es la misma de uno, lo que pasará es que se sufrirá dolencias que no tendrán explicación física. Será una maldición por retener algo sin el permiso de su dueño. Mi amigo me vio con susto y arrojó la moneda por la ventana. Yo sonreí en mis adentros, pero al rato comencé a tener el mismo temor por lo que había inventado. Es cierto que es un argumento usado para explicar las maldiciones, aunque tienen un trasfondo más profundo y con mayor argumento. Mi perorata había solo salido de la mera charlatanería. Es así que al rato saqué la moneda del bolsillo, la miré por última vez y la arrojé. Sentí alivio por haberme librado de una maldición que cree en mi propia cabeza.