Camila necesita trabajar. Los gastos en casa son cada vez más altos. Su madre vende a diario quesadillas y pambazos por las noches, pero las ganancias no alcanzan para cubrir las necesidades más elementales: comida, ropa, estudio, etc. Ella ya cumplió los dieciocho, está en edad de ayudar. Consulta el internet, los periódicos y encuentra algunas ofertas de trabajo. Llena una solicitud de trabajo comprada previamente en una papelería y elige una de las direcciones encontradas para una posible entrevista. Tiene un optimismo inmenso de encontrar una ocupación.
La dirección es por el rumbo de Tacuba, Mar Mediterráneo 1323, un restaurante donde necesitan personal. Aborda una combi y luego el metro, para llegar al lugar. Camina varias calles hasta encontrar la calle y el número que busca. Sí, está frente al lugar y frente al número, pero ahí no hay ningún restaurante ni nada, Parece una casa común y corriente. Toca a la puerta. Nadie abre. Toca más fuerte. Nadie abre. Enfurecida aporrea la puerta, pero esta sigue sin abrirse, sin que nadie salga.
Frustrada, espera un poco, espera media hora, cinco minutos más; sin embargo, nadie sale ni entra. El calor es infernal. La gente pasa sin advertirla, sin notar la sed que la agobia, su creciente angustia de que ha gastado un dinero que podría haber empleado en algo más útil. Y todavía le faltan los pasajes de vuelta a casa. Maldice la pérdida de tiempo, su mala suerte, la pobreza que amenaza cada vez más con asfixiarla. Habrá otros lugares, otras oportunidades, pero mientras…
Derrotada, emprende el regreso.
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