Que se muera ese amor

Que se aleje a zancadas y llore como un animal herido.

Que se duela, abandonado en los pensamientos de la gente que sí sabe amar.

Permanezca cuajado como un borracho bajo el sol, tirado sobre el pavimento.

Que se calle para siempre ese amor café soluble de diez pesos que apenas si logró entintar el agua de mis enormes ríos con algunos monosílabos lascivamente intencionados.

Ya muérete bien muerto corazón. Muere en la ignominia feliz de que eres malo y contagioso.

Que se mueran todos los amores como tú, en cámaras de gases.

En holocaustos, perezcan tus plagas inhumanas que carcomen la mente y dan cáncer en la piel.

Muérete, saca fuerzas de tus enjutas caderas para arrastrarte al hueco de la tumba.

No te quedes colgado a secarte como pedazo de carne.

Que el hueso duro de tu centro fruto, que no se abrió ante los blandos corazones, en lugar de germinar se desintegre para alimentar al vientre de la tierra.

Entiérrate.

Que el polvo de tu carne sea un día polen sobre un lomo de abeja y te vuelvas libación alegre.

Libérate un día de tu propia indiferencia, y a los demás de tu presencia: infortunio.

Y por ahora, muérete.