Como si fuera una revelación, Fidel se da cuenta de pronto que ya tiene 68 años, que dentro de algunos meses más llegará a los 69, con todos los pormenores y connotaciones sexuales que el número significa. ¿Cómo es que se han pasado tantos años? ¿Dónde se le acumularon? No es que no sepa cómo los ha vivido, pero se le pasaron tan pronto, que ayer estaba por cumplir los 18 y hoy tiene 50 años más. ¡Medio siglo más!
A su pesar, se da cuenta del tiempo transcurrido por los achaques de salud que se le presentan: tiene una rodilla con el menisco roto, siente un pellizco en la mitad de la columna al estirarse, trae un dolor desconocido en el costado izquierdo, la visión lo ha traído a mal traer los últimos meses y ahora sufre de la próstata, pues a la hora de hacer pipí, el chorro de la orina ha disminuido en forma ostensible.
Intenta no preocuparse, pero como reza el refrán, no puede tapar el sol con un dedo. Así que ya es cliente del urólogo, el ortopédico, el oftalmólogo, y no hay que descartar al proctólogo por eso de las hemorroides. También toma ya medicamento para la diabetes y la hipertensión. Claro, no deja de hacer algo de ejercicio para mantenerse apenas a flote.
Se fue la juventud, la madurez, se da perfecta cuenta de que ya es un viejo y de que tiene que aceptar vivir como tal, que en un lapso breve hasta la líbido va a desaparecer y tendrá que vivir como un monje célibe.
Fidel respira hondo, luego suspira. A pesar de todo hay algo que lo consuela: una mujer, su pareja; ha permanecido con él durante muchos años y trata de comprender sus dolencias y enfermedades. Él también trata de comprender y ayudar en las de ella, cuando menos la ayuda mutua es una bendición. Y el cariño, por supuesto, el amor que se profesan desde que eran adolescentes.
A pesar de todo, Fidel se sabe y se siente feliz. Está llegando la vejez, pero es natural. Bueno, piensa Fidel, pues hay que vivirla.
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