Ella ya no sabía qué hacer. Pasaban las horas y la caída, buscando un vaso de agua, la dejó tirada cerca de la mesa del comedor. Sus rodillas hinchadas por años de enfermedad le impedían reponerse y pararse. Su brazo, con un poco de sangre, hacía que la escena sea más grave de lo que realmente lo era.
Ella con su tenacidad mental, su parsimonia y el hecho de no darse por vencida nunca, empezó a cantar. Silbaba bajito, como su padre lo hacía al volver de su trabajo. Ese cantar resonaba y se hacía eco en cada mueble de su casa. Ese sonido, que ella misma se generaba, hacía que se fuera arrastrando lentamente hasta un mantel que lo uso de alfombra mágica. Se subió y empezó a andar pausadamente por la cocina, esquivando un montoncito de basura que había quedado de esa mañana. También sorteó el escobillón y unas sillas.
Manejaba esa alfombra como Aladino, pero sin poder acercarse a los deseos o más bien, a los deseos que fueron previamente cumplidos o no. Eso pasa por ser vieja, ni los deseos te dejan para pedir, se quejaba mientras traspasaba el umbral de la puerta que dividía la cocina con el living.
Su canto se mezclaba con el sonido de una cocinera japonesa que hacia sopa de cangrejo. Estaba más cerca de su objetivo. Ese almohadón que serviría de escalón para poder subir peldaño a peldaño. Necesitaba llegar. Sentarse en el sillón. Faltaba poco para lograrlo. Tiró otro almohadón y junto fuerzas. Una muñeca maltrecha por los golpes e hinchada del dolor hacía de palanca y se deslizo hacia el sillón. Al fin pudo subir.
Fue una batalla ganada que duró 3 hs 12 min. Empezó con una caída y se levantó nuevamente.
Con el tiempo, esas caídas fueron más recurrentes. Ella nunca se vencía y siempre tenía una salida para no caer emocionalmente.
Hoy, después de un par de años, vive al ras del piso. Se mueve en su alfombra y se traslada sin tener que subir a ningún lado. Hoy la casa está adaptada sin alturas. La cocina, el baño, la mesa, etc. Todo. Hoy vive al ras del piso.