El diezmo
La bisabuela de Cecilia era evangélica bautista; su abuela, las hermanas de la abuela, sus papas, los tíos, los primos, y así. Su pura familia repletaba el templo, construido recientemente. Antes se ocupaba una construcción al fondo del patio, atrás, más atrás de donde se construyó el templo. Otras familias también se incorporan a la comunidad, captados, perdón, invitados por la familia fundadora. Los creyentes superan las seiscientas personas. Se cuentan los adultos, los miembros.
De niña asistió, sin faltar nunca, así lo recuerda, a la escuela dominical. Ya crecida perteneció a la unión de jóvenes. Después de la secundaria, continuó en la universidad y posteriormente comenzó a trabajar.
Como todo miembro activo entrega el diez por cientos de sus remuneraciones, el diezmo, a la iglesia. Con ello, en los tiempos de los abuelos se compró el sitio, luego se construyó el templo, se paga el buen sueldo al pastor, primera autoridad, administrativos, gastos para la mantención y aseo riguroso, gastos de materiales para la escuela dominical, instrumentos musicales y vestimenta para el coro, transporte y viático para los viajes y misiones, para autoridades invitadas, fiestas, cumpleaños, los eventuales velorios y sus funerales, cooperación a los enfermos, donaciones, en fin. En los pasillos del área administrativa se publica mensualmente los ítems de los ingresos y de los grandes gastos. Más detalles se encuentran en los libros.
Cecilia tuvo un romance con un joven que no pertenecía a la iglesia, inventando todo lo posible para incorporarlo. De pronto se embarazó. Nunca quiso responder, en las reuniones con los diáconos, encargados de decidir una sanción, si fue a propósito, fue un accidente, si pretendía casarse.
Nació su bebe, continuaba viviendo con sus padres y ya no tenía de pareja al padre. Esta confusión apuró a los diáconos a tomar disciplina. Disciplinar como ellos denominaban al castigo.
Como es la costumbre, se reúnen todos en el templo, los diáconos sentados el frente y todos la población asistente puede opinar. Basta levantar la mano, y se le otorga el derecho a voz. Opinan a su antojo porque se sienten interlocutores de Jesucristo.
Como era muy bonita, con rasgos alemanes finos que la distinguía del resto, que aun teniendo descendencia alemana, no lo eran tanto, generaba en las tías cierta apatía. Silenciosamente estaban de acuerdo que había que sancionarla. Las mal habladas decían que si deseaba gozar los placeres del sexo, voluntad de dios, debió casarse primero. Los tíos por otro lado arrugaban el ceño y también estaban de acuerdo en sancionarla, ya que si no se hacía podría transformarse en moda, en vicio, decían algunos, pero dejémoslo en moda, sumado a que la mayoría tenían hijas. Hijas mujeres, recalcaban. Los miembros son bastante prácticos, “pero no somos santos”. Los santos pertenecen a la iglesia católica.
Los jóvenes, para solidarizar, opinaban que los viejos estaban más papistas que el papá. En este caso sería más “pastorista que el pastor”. Porque el papa tampoco entra en este sector.
Se realizaron varias reuniones y Cecilia se estaba asustando por la posible rigurosidad del castigo. Además no existía la apelación, porque se entendía que era Jesucristo el que estaba sancionando, ni tampoco recurrir a alguna congregación superior. Sabía muy bien que el sistema de organización y gobierno es congregacional lo que otorga autonomía a las iglesias locales.
Llegó el momento de decidir. El diácono principal comenzó con su discurso castigador. Habló de lo irresponsable de tener hijos fuera del matrimonio. No casarse con el padre. Y principalmente tener relaciones sexuales antes del matrimonio.
Los jóvenes asistentes sentados juntos en un costado, bajaron la vista y en silencio pidieron perdón. La mayoría de las niñas se pusieron rojas. Las tías inspeccionaron quienes se delataban. Algunas lucían bien coloradas.
- Se suspende por seis meses asistir a la unión de jóvenes. – Sentenció el portavoz.
Hubo un murmullo en el salón, Ella sintió el golpe. A punto de llorar miraba a los otros jóvenes y ellos con gestos la tranquilizaban.
Luego el diácono, subiendo un poco el tono, dicto la segunda sanción.
- Se suspende por un año asistir al culto que se celebra los domingos.
Ahora no hubo murmullo. Un silencio sepulcral. Los miembros se miraban, ¿Se les habrá pasado la mano? ¿Un año? ¿Y cómo va a alabar a nuestro señor Jesucristo si no asiste a los cultos?
Y el diácono, sin dejar de repetir que era la voluntad de Jesucristo, sancionó
- Se suspende de por vida donar el diezmo.
La comunidad estalló con un grito ahogado. Cecilia explotó en llanto, se arrojó al piso
- No, eso no. Piedad, no me pueden castigar así. Me cortan el deseo a trabajar. No puede ser. Me cortan las manos.
Los padres corrieron a levantarla.
- Hija, Es la voluntad de nuestro señor Jesucristo.
Cecilia muy ofuscada con sus tíos diáconos, decidió retirarse de esta iglesia y decidió donar su diezmo a una iglesia bautista menos cuestionadora. La recibieron encantados. Incluso la bautizaron de nuevo.
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