Hace tiempo que la miro extender sus ramificaciones de forma horizontal. Algunas a ras de suelo. Pero lo primero que brotó de los tallos fueron sus agresivas espinas. Cosa que le perdoné, porque desde niño supe que las plantas son seres vivos y luego me impactó la siguiente frase: ¡No pienses que las espinas afean las flores, sino que son ellas las que sé embellecen con flores!
Después comenzaron a salirles sus rosas. Y me sorprendió que eran de diferentes colores y matices. Pero también noté que en pocas semanas entraban en un proceso degenerativo. Qué me lució ser una vejez prematura. Por lo que pensé atentar en contra de su existencia. Ya que élla, además, estaba situada en el mismo trayecto del sol al elevarse. Visto desde mi ventana favorita. Y un sol que cuando yo bajo, él sube para anular el brillo de mi amigo de infancia: el lucero del alba.
Y con todo esto nació el ambiente hostil entre el rosal y Yo. Incrementado cada mañana por tener que mirar sus ásperos tallos hipersaturados de púas. Púas que al parecer, conjugaban muy bien el verbo amenazar. Pudiéndose leer en sus ‘caras’ la palabra atrévete. Lo que no impidió que ordenara lo que me permitiría cortarla( una cizalla), camuflando la idea con el truco de que le haría un favor.
Hasta que una de mis hijas legalizó mi intención: ¡Papi---me dijo---es que tiene(el rosal) un virus que sé cura podándolo! Y, precisamente, me dio el dato cuando la gran tijera venía en camino. Pero lo mejor de todo fue que mi plan original, ahora sé revestía con su piadosa ayuda.
Sin embargo, no me salvó, ni la ‘bondad’ del plan, ni la longitud de la tijera. Ya que la tramposa mata cubrió los viejos brotes con los nuevos. Dándome la confianza de acercarme a estos, para que los viejos me clavaran su aguijón. Y fue tan rencorosa, que al regresar para eliminar un tallito ignorado(diez días después), me disparó una oscura astilla, que ahora reside en el interior del dedo anular de mi mano izquierda.
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