Mientras escribo en el computador la oscuridad se asoma por la ventana. A lo lejos con mucha dificultad puedo observar la casi inexistente división entre las montañas y el cielo.
Veo la ventana a lo lejos que aún permanece iluminada, sin saberlo mi consciencia se transfiere inmediatamente al habitante de aquel apartamento. Con sorpresa veo mi silueta a lo lejos mirándome fijamente.

Aun presa de la angustia y sin ninguna lógica empiezo a pensar en el sol que debe estar haciendo en aquella playa de Australia ( playa que imagino porque no conozco). Una explosión de calor ataca mi realidad, el calor es insoportable, veo claramente el azul perlado del mar.

Como puede ser? Contemplo la inmensidad inmutable y sin embargo el viento ensordecedor me obliga a cerrar los ojos por un momento, para dar paso a una nueva increíble realidad, estar a bordo de una moto de carreras a 250km/h. Siento estar en el espacio, flotando esperando una colisión imposible de parar. Y nuevamente mi mente hace de la suyas para transferir mi conciencia a la estación internacional en aquel astronauta solitario observando la inmensidad de nuestro planeta a través de ese gran vidrio panorámico que lo separa de la nada.

Estoy aturdido, una tras otra se suceden una serie de realidades que parecen estar ocurriendo al mismo tiempo. La tristeza de un funeral en un día de lluvia, la alegría de la música, el asombro al leer un buen libro. Y entonces todo de repente se vuelve borroso.

Veo la ventana a lo lejos, mientras en mis audífonos suena el estribillo de aquella canción del cuarteto de nos:
“A la Luna me gustaría ir, Para ver cómo es el mundo sin mí”.

Bajo la mirada a la pantalla del computador, y me quedo atónito al ver la última frase del texto que allí reposa:


Y entonces lo entendí.