Después de la tormenta.
La noche se estaba asomando lentamente, la luna hacía mucho rato que se paseaba por el cielo, entre las nubes, tenue aún para aparecer mucho más luminosa a medida que oscurecía.
Nada presagiaba la dura tormenta que se aproximaba y que aún no se dejaba ver, salvo por los truenos que sonaban como tambores en un cielo casi despejado.
Unos minutos bastaron para que todo se oscureciera y comenzara a caer agua tan fría que hacía olvidar que estábamos en verano.
De pronto todo fue de mal en peor, los relámpagos hicieron que los amantes de la playa durante esas hermosas noches de verano se dispersaran tan rápido como pudieron y abandonaran el lugar que quedó casi desierto, en realidad no había quedado desierto totalmente, un perro vagabundo de tan asustado que estaba y cansado de tanto correr se cobijó bajo unos pocos árboles que había en el lugar.
La tormenta iba en aumento y el pobre animal sollozaba de miedo cuando de pronto sintió que no estaba solo, un niño lloraba tanto o más que él.
El perro agudizó su oído para ver de dónde llegaba aquel llanto y con ese instinto que sólo lo tienen los animales lo encontró.
El miedo que sentía unos minutos antes de a poco se fue convirtiendo en algo completamente distinto, ya no temía por su vida, la del niño era la que importaba y como se dice vulgarmente, hizo de tripas corazón y se acercó al pequeño lentamente para no asustarlo.
El niño de unos siete años al verlo dejó de llorar y pronto se dio cuenta de que ese perro sería su salvación.
El muchachito apenas podía caminar, se había alejado tanto de sus padres que cuando comenzó aquella inesperada tormenta y al ver cómo corría la gente equivocó el camino y en lugar de correr hacia donde estaban sus padres, lo hizo hacia el otro lado.
Un drama igual de angustioso, estaban padeciendo los padres de aquel muchachito que al no encontrarlo temían lo peor porque el agua también formaba parte de aquella tormenta y el río estaba embravecido al máximo con olas tan altas que difícilmente hubiera podido salir si se encontraba en el agua.
Mientras los padres buscaban a su hijo con la policía, el niño, al lado del perro corrían a refugiarse bajo aquellos árboles, guiado por su nuevo amigo.
Las horas pasaban y pasaban y el chiquito no aparecía, hubo que esperar a que amaneciera el día para continuar con la búsqueda porque el viento, el agua y la arena impedían el paso a la playa.
Pero al fin el nuevo día con la llegada del sol amainó la terrible tormenta, aunque no la angustia de aquellos padres que creían que, por un descuido, habían perdido a su único hijo y la culpa los estaba trastornando.
Pero, aquella tormenta quizá no sería recordada como algo tan malo, con los primeros rayos de sol, el perro que había dormido en los brazos del niño y lo había protegido tanto del frío como de la arena, despertó y con fuertes ladridos atrajo la atención de la gente que aún buscaba a aquel chiquito perdido casi sin esperanza de encontrarlo y el milagro se hizo realidad, Javier, que así era su nombre sintió los gritos de sus padres y al verlos corrió hacia ellos.
Todos celebraban aquel milagro y se abrazaban y reían, sólo el perro vagabundo parecía estar triste y comenzaba a abandonar el lugar con pensamientos imposibles de imaginar cuando una voz conocida lo llamó con un nombre nuevo, Tupí o quizá el primero que un humano le pusiera diciéndole que un amigo tan fiel no podría ser abandonado mientras el padre de Javier lo levantaba y se lo llevaba a su nuevo hogar, junto a ellos, agradeciéndole por haber salvado a su hijo.
Y en los pensamientos perrunos de Tupí daba las gracias a aquella tormenta que a pesar de todo fue el milagro de su vida.
Omenia
20/2/2024
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