Como es usual, me acordé de ti
Como un puñal que palpita
En la tiniebla de la culpa,
de la sangre derramada.
La brevedad de nuestros pasos
Se arrastran como la sombra
parida del fulgor de la noche, de la luna
del sueño amarillo, estéreo y lejano
que emanó del mar y del deseo.
De copiloto, tu recuerdo se aferra a mí
A mí que no me caben las esperanzas
entre los nervios y las venas
A mí que, con rabia y tino, solté el universo de la espalda
El animal saborea tu ausencia entre las garras
y digiere y anhela una venganza,
una madrugada en el silencio de tu mirada
en el jugo de miel que rasgaré
de tu carne, de tu verbo, de tu pintura.
En el calor contra la brisa, te sentaste sobre mi memoria
Sobre el abrigo de mi naturaleza insaciable,
y te recordé como viendo la cornisa
de una página arrancada.
Es tu recuerdo una llamada incesante,
que timbra en la penumbra de un jardín
Y, bajo la luz de la luna, la veo vibrar
Sin respuesta, a fuerza de olvido,
a esa fuerza absurda que atenta contra su propio fin.
Tu recuerdo es uróboros, el eterno retorno,
y reverbera en este fuego primordial
que no comprendes
que fabriqué al ser testigo de tu fuerza,
tu imaginación, tu duelo, tu rareza,
tus alas de colores, de inteligencia,
de fragilidad, de nostalgia imperial,
de pasos lejanos, entre mariposas y canarias.
¿Cómo fue posible que solo yo lo vea y tú no?
Porque todo lo que era tuyo,
tus elementos, tus infiernos, tu sangre y tu virtud,
todo se hallaba cubierto del cielo,
de la tormenta, de ruido,
de un infinito azul. |