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Llegó un empleado nuevo. Eléctrico. Las primeras semanas vestía de casaca y arrastraba un maletín de herramientas. Su función: reparar los aparatos defectuosos. Revisando y cambiando los interruptores y enchufes con problemas llegó a la oficina del dueño. Su plan era ganar su confianza y mostrarse competente para hacerse cargo de la administración de la empresa.

Un día llegó de terno y una agenda elegante forrada en cuero. Nos comunicó que de ahora en adelante será el segundo a bordo en la empresa. Se encargaría de los futuros proyectos. Todo para él eran proyectos. Lo extraño, lo contó el encargado de las remuneraciones, mantenía la misma renta.

De inmediato comenzó con las transformaciones. Como se autodenominó especialista en ambiente y calidad del trabajo, se percató que la encargada de compras cotizaba, recibía las facturas y luego las cobraba. Lo consideró excesivamente complicado y estresante. Puso otra persona al lado para los pagos. Otra persona para ingresar las facturas. Cada uno con un computador. También se autodenominó experto en información y por ende puso otra persona solo para contestar los teléfonos y recoger los recados. En organización, ahora también experto, contrató gente para que las principales funciones queden con un reemplazante mientras los titulares van de colación. Al poco tiempo el departamento ya tenía gente suficiente para formar dos equipos de futbolito. Seis por lado. Y en formación un equipo de volibol femenino.

No paró ahí. Cómo el departamento de ventas estaba en el compartimiento de al lado decidió derribar la pared de concreto. Su puesto de segundo a bordo ahora abarcaba toda la empresa.

El responsable de mantener una agenda con las tareas y el tiempo ocupado de cada trabajador confeccionó un gráfico para demostrar que si bien la productividad es la misma el tiempo de ociosidad aumento considerablemente. Nuestro nuevo jefe celebró dicho gráfico pero decidió no mostrarlo a la dirección. Es muy prematuro, ya que los proyectos vendrán en cascada y se debe estar preparado.

El personal se jactaba de la forma de reaccionar cuando cualquiera le solicitaba algo.

- Para para para – mientras con las manos simulaba aplanar cojines.

Con paciencia se le explicaba. No entendía a la primera, pero tampoco a la segunda. Recién a la tercera y a medias. Como sobrenombre, por supuesto que a escondida, quedó como “a las tres y cuarto”.

El encargado de la caja chica, no el que asignaba los montos, sino el que realizaba los arqueos, porque también por control, ahora también perito, había decidido separar dichas funciones, antes de cerrar al fin de mes, pedía aclarar algunos gastos

Este aclaraba sus gastos

- Los cien mil pesos corresponden a 10 gastos, y numeraba
- Retiré diez mil pesos para mandar a comprar una ampolleta
- Otros diez mil pesos para cinta adhesiva
- Otros diez mil pesos para un pendrive

Y así, hasta completar los 10 retiros.

La ampolleta apenas costó dos mil pesos, la cinta tres mil, el pendrive cinco. Qué diablos. Al repetirse todos los meses este desfalco, entre el personal se comentaba:

- No sabe sacar cuentas……. Reían
- Y no solo las cuentas, sabe de objetivos pero no de costos.
- Y eso de tener que repetirle varias veces para que apenas entienda.
- mmmmmmm, raro el tipo

Para el casino compró un nuevo microondas asegurando que éste era mucho más potente. Con el anterior tardaba tres y a veces cuatro minutos en calentar un plato.

Los esperó en el casino con los platos ya puestos sobre la mesa. Les aseguró que los calentó en el microondas programado exactamente en dos minutos.

Su almuerzo estaba calentito. Desprendía vapor. Sin embargo los cuatros comensales se los sirvieron casi frío.

Al día siguiente el personal comprobaron que el microonda funcionaba bien. El par de minutos era más que suficiente. ¿Qué pasó entonces?

Una mañana le platearon que algo andaba mal.

- ¿Será la perilla del reloj, que a veces falla?
- No. - Contestaba – Si está nuevo. Además es digital.

Frente a ese desafío, a la hora de colación, el jefe alineó los platos en el mesón y les pidió que se sentaran. Les daría una clase magistral.

- Miren. Lo programo en ciento veinte segundos. Inicio la secuencia con mi almuerzo.

Sonó la campanilla. Lo retiró del microonda y lo llevó a la mesa. Evidentemente calentito.

- Ahora los de ustedes.

Nuevamente ajustó el tiempo en dos minutos y partió con el primero. A los treinta segundo, lo detuvo, lo retiró e introdujo el siguiente. Cerró y continuó el reloj. Al minuto retiró el segundo e introdujo el tercero. Y por ahí por el minuto treinta sacó el tercero e instaló el cuarto.

Sonó la campanilla y llevó el cuarto y último plato a la mesa.

- Ven. Dos minutos. Antes de dedicarme a dirigir proyectos arreglaba artefactos eléctricos. En eso también soy experto.

Texto agregado el 07-02-2024, y leído por 328 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
08-02-2024 Bueno yosoyasi
08-02-2024 Muy administrativo, pero porque tanto derroche Vientosusurrante
 
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