Dominando el mundo.
Uno.
Cuando su señora le preguntó- recriminatoriamente- que qué estaba haciendo, no se le ocurrió otra cosa que contestar: “aquí, dominando el mundo”.
En realidad, lo único que estaba haciendo era ver la televisión, pero como esto resultaba obvio, ideó la treta de decir- irónicamente- que andaba en el conspicuo asunto de dominar el mundo. Las imágenes desfilaban ante sus narices a golpe de mando a distancia. De alguna manera, daba la sensación de que con aquel gesto tenía alguna suerte de control sobre aquellos hechos, sobre el discurrir de los acontecimientos del mundo.
Tenía la teoría de que si no salía de su casa, se convertía, por el solo hecho, en uno de los grandes de la tierra, en alguien importante. Formando parte de pleno derecho, integrado en el club de los avezados en los aconteceres de importancia en el planeta. Y todo ello por la sola fuerza de voluntad de permanecer dentro. Asunto sencillo, aunque para algunos represente un esfuerzo supremo.
Para aquel hombre- prejubilado por propia voluntad-, era de lo más fácil. Quizá fuera sólo una sensación, pero le confortaba bastante.
Poco después se sintió en comunicación directa y particular con las estrellas de la televisión. En particular con las presentadoras de los telediarios. Tenía la impresión de que lo conocían y que se dirigían con alguna suerte de complicidad hacia él.
Cuando se ponía la cabalgata de las Walkirias le llevaba al paroxismo aquella sensación.
Dos.
También era aficionado a la lectura. Cuando descubrió que le quitaba tiempo para leer, dejó de comer. Sólo lo hacía una vez al día. Tenía la teoría de que cuanto más tiempo se le dedicaba a la comida, peor. Luego hizo lo mismo con el rasurado.
Por aquel tiempo ya era bastante dominador del mundo. Un dominador barbado, claro. Pero, cuanto más poder tenía e influencia en los asuntos externos, menos lo tenía en casa. Y al llegar a jefe supremo de occidente, lo dejó su señora plantado.
Con aquel acontecimiento, perdió influencia externa, y las guapas presentadoras de los telediarios ya no le dirigían tan cálidas miradas. Por aquel tiempo, también, se dio cuenta, al verse de refilón en un espejo, que se estaba convirtiendo en un tipo en extremo enjuto. Era un dominador de tipo ectomórfico- pensó.
Tres.
Algún tiempo después, cuando lo llevaron a enterrar, nadie hubiera dicho que dentro del féretro iba alguien que hubiera sido relevante en la existencia, pues aquel funeral fue bastante anodino, que ni música de acompañamiento llevara. Pero esto fue cuando su influencia había declinado y en consecuencia estuvo a la altura de lo que en aquel momento era, pues la senectud y la muerte le llegaron ya sin influencia sobre la tierra.
Cuatro.
Pero, hasta entonces, su itinerario vital discurrió por sendas y vericuetos que estuvieron a punto de hacerle salir de la realidad. Hubo un momento que vio su existencia como un tributo a dios. Aquella megalomanía estuvo a punto de desbordarle, de no haber sido por un hecho o circunstancia puramente casual: se murió nuestro amigo.
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