Juntos por siempre parte 3
Los dos jóvenes regresaron a la ciudad. Pero ahora ya no regresaría cada uno a su casa. Oscar se sentó en el sillón, se sentía mejor que en la madrugada.
-Recuéstate para que descanses. Mañana abrimos los regalos.
Los dos jóvenes se recostaron en la cama que contaría muchas historias de amor y pasión. Israel vio el edredón.
-Esa fue tu mamá. Solamente ella tiene esos detalles – dijo Oscar.
Los dos durmieron hasta el día siguiente. Por la mañana, Oscar se sentía mucho mejor. Despertó junto a su esposo. Lo observó. Recordó las palabras de la abuela de Israel “agradece cada amanecer a su lado”.
- ¿Cuánto llevas despierto? – pregunta Israel acoplándose al sol resplandeciente que entraba por las cortinas del cuarto.
-No lo sé. Llevo rato admirando tu rostro – el joven hizo una pausa para expresar lo que sentía – amo amanecer contigo.
- ¿Qué cursi eres, Oscar?
- ¿No sientes lo mismo?
-Claro. Siento amor por ti ¿Cómo te sientes?
-Mucho mejor. Hoy cumplimos una semana de casados.
- ¿Vas a contar los días, minutos, segundos? – le cuestiona Israel.
-Talvez.
¿De verdad tanto amor servirá para afrontar todas las adversarias que se vendrían?
Se levantaron y revisaron todos los regalos que estaban en el suelo. Ya por terminar fue que vieron uno que les llamó la atención. Al parecer eran unos cuadros. Israel abrió el envoltorio y pudo ver de qué se trataba. Su mamá se encargó de enmarcar las palabras que los dos jóvenes se dedicaron en la boda civil. En un papelito decía “cuando discutan, lean las palabras que se dedicaron”
-Esta fue mi mamá - El propio Israel colgó los cuadros en el cuarto en la cabecera de la cama.
Por su parte, Alexander la estaba pasando increíblemente en Canadá. Tenía amigos de otros países que ya lo habían invitado a sus casas. El joven conoció lugares increíbles en aquel país. Pero en su mente estaba aquel momento. Momento en que tuvo un arrebato de pasión con la suegra de su hermano. Sentía cosquillas en la barriga cada vez que lo recordaba. Alex realizaba una videollamada diaria con su familia para reportarse. Quería ver a su mamá y hermana. Algunas veces coincidía con su papá. Pero lo que necesitaba era ver a Abraham.
- ¿Cómo va todo por allá? – preguntó Nuria.
-Bien, mamá. Canadá es increíble. Es un lugar mágico. Tú tenías razón, es una oportunidad única.
-Hijo, disfrútalo – le dijo su mamá – Abraham está bien aquí, no te preocupes por él.
Nuria sentía un cúmulo de emociones. Por una parte, su hijo estaba cumpliendo un sueño que ella nunca lo haría por los chantajes de Julieta, pero también estaba arrepentida de no haber defendido su libertad en su momento. Por ello apoyaba a sus hijos en todo.
Por la noche, Camila y Abraham ya estaban dormidos. Nuria aprovechó para meterse a la tina. Ahí sintió un vacío enorme en su vida. Un vacío que nunca había sentido. Sus hijos varones se habían ido. No quería detenerlos, tenían derecho de hacer su vida. Pero duele demasiado verlos irse.
Desnuda en la bañera, con las piernas dobladas, metía la cabeza entre los brazos. Sollozaba, no quería que la escucharan. Emilio entró al baño y la escuchó llorando.
-Nuria ¿estás bien?
-Sí. Me daba un baño – dijo tallando su nariz.
-Cariño. Te entiendo – la consoló su esposo – sé cómo te sientes.
Israel habló con su mamá para decirle que todo marchaba con normalidad. Le habló por la mañana en el desayuno. No podía hablarle a su hermana porque estaría en una cirugía.
El fin de semana, Emilio habló con Héctor y le pidió un favor. Pasar por los dos niños a la casa para cenar en algún lugar a su esposa.
El viernes por la noche, el abuelo Héctor pasó por los niños para llevarlo a casa con la abuela Clara.
- ¡Abuelito! – gritó Camila cuando lo vio entrar a la casa.
-Héctor ¿Qué te trae por acá? – preguntó Nuria sorprendida.
-Emilio me pidió de favor que viniera por los niños para llevarlos con Clara. Dormirán con nosotros.
-Pero no me dijo nada.
Minutos después Emilio llegó con un ramo de rosas para su esposa. Héctor se fue con los niños y dejó a la pareja sola.
-Vámonos – dijo Emilio.
-Pero estoy horrible, Emilio. Traigo unos pantalones, tenis y sudadera.
-Así te ves increíble.
Los dos se fueron a cenar a un restaurante. La pareja tenía años que no salía a cenar. Tenían tiempo sin estar solos. En los últimos veinte años la pareja se había encargado de formar a su familia.
La pareja regresó a casa. Nuria subió al cuarto y vio una bolsa de regalo en la cama. Lo abrió y se sorprendió al ver un sexy conjunto en color morado.
-Es para que lo uses hoy – le dijo Emilio al entrar al cuarto.
La mujer se lo puso, se miró al espejo y sintió pena por ella. El tiempo había pasado en su cuerpo. Cuando era joven se sentía terrible por su sobrepeso, ahora eran los años lo que la hacían insegura. Del baño salió temerosa. Le pidió a Emilio que apagara las luces del cuarto y solo dejara la lámpara prendida.
-Ven. Te quiero ver – le dijo Emilio extendiéndole la mano.
-Ay. Me siento algo incómoda.
Emilio estaba desnudo sobre la cama. Nuria sintió algo de confianza al ver que su esposo tampoco era perfecto físicamente.
-Yo te veo hermosísima.
-Claro que no. Mírame. Estoy llena de estrías, ya las tetas se me cayeron. La barriga me estorba.
-Oye. Para mi eres perfecta. Al contrario, mío. Yo estoy mutilado.
-No digas eso. Tu para mí eres perfecto.
Ella se acostó junto a su compañero de vida. Emilio besó a su esposa y comenzó a acariciar el cuerpo de su esposa. Ella se estremecía por sentir las manos de Emilio sobre ella. Lograron encontrar una posición en la que ellos se acomodaran. La pareja hizo el amor como nunca lo habían hecho en mucho tiempo. Emilio gemía y sentía el interior de su esposa. Ella respiraba con dificultad.
Nuria trató de bloquear esos horribles recuerdos que tiene de aquel momento en el hotel cuando abusaron de ella.
Los dos llegaron al clímax con besos tiernos y arrumacos. Cuando Emilio recobró la respiración, sacó una botella de vino y dos copas de vidrio. La otra botella la tenía Israel.
-Lo tenías todo preparado ¿verdad?
-La verdad es que estos últimos días te he visto muy triste. Y sé que te estás haciendo la fuerte por los niños y por mí. Se que te duele que Israel se haya ido.
Nuria se soltó a llorar.
-Llora, mi amor. Lo necesitas.
Emilio abrazó a su esposa, la llevó hacia su pecho para que llorara y sacara todo eso de lo que la mujer no habla.
Más tarde, los dos se embriagaron. Nunca lo habían hecho. Sentían que tenían el derecho. Se reían por todo, recordaban cosas que vivieron de novios, y cómo su familia ha crecido.
Continuará…
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