Sigo la noche por un camino angosto y sinuoso, de un lado veo unos matorrales que me espantan y a mi derecha árboles y arbustos que me estremecen, bien podría haber alguien escondido para acechar . Escucho pasos que vienen detrás míos y una respiración profunda, agitada, pero me calmo, creo que soy yo, es el ruido de mis pies corriendo desesperadamente sobre las hojas que hay en el camino que van crujiendo al compas de mi corazón que parece va a explotar.
Solo la luna llena y yo en la noche.
Al día siguiente los preparativos de una prima que se casa han revolucionado la casa de campo .Todos los parientes adornando el patio. En la cocina huele rico, las mujeres horneando los platos dulces y lo que será la torta. Los hombres arman una carpa por sí llueve. En el patio las mandarinas nos regalan el paisaje de este verano que parece ser diferente.
De pronto todos van al camino de ingreso, esta la policía, lloran, gritan y me miran. La abuela me abraza. Es el uniformado que me dice que encontraron mi auto en el camino y dentro se encuentra mi esposo, degollado.
Ha pasado un año, yo abandono las patéticas paredes del psiquiátrico que me guardaron después de aquel fatídico día en que todo cambio para mi.
Al regresar a la casa de campo un sillón en el patio me recuerda que alguna vez hubo amor en aquel lugar, en el piso unas guirnaldas desechas, algunos globos pinchados pegados en la tierra de un cantero recuerdan aquel día en que se preparaba una fiesta. Solo quedan las plantas de mandarinas, cargadas de sus frutos, que una vez más denuncian un verano caluroso .
Estoy sola, una mujer limpia y me da la medicina.
Comienzo a darme cuenta que alguien se está comiendo las mandarinas porque hay cáscaras en el suelo.
La mujer las recoge y se queja, - todos los días lo mismo -dice - quien será, si lo agarro.
En un amanecer confuso y caluroso mi cuerpo pide algo de fresco, y porque no una fruta seguro me hará bien. Una vez mas cáscaras desparramadas en el suelo y más allá la veo, la mujer que me acompaña esta degollada.
En un mundo incierto donde todo puede ser, mi mente sigue confusa como aquella noche en la que deje mi auto en la ruta averiado y corrí por el campo hasta llegar a mi casa.
El sillón en el patio, el sillón y yo, veo a la familia que anda de acá para allá.
Ahora estoy sola, otra vez cáscaras en el suelo y así todos los días y yo sigo sola y confundida, con los demonios en mi mente que no me dejan en paz.
Hay un alboroto en la casa vecina , escucho decir que alguien fue asesinado.
En mi patio todo sigue igual , siempre hay cáscaras en el suelo, es de noche, salgo y lo sorprendo, es un niño chiquito, rubiecito, muy bonito, tendrá cuatro años. El está desnudo, me mira y solo emite gemidos extraños, le ofrezco mi mano y mirándome de una manera diabólica comienza a correr y correr por los matorrales, por el camino sinuoso, por los arbustos y árboles, sólo la luna, la noche y el, hasta que finalmente se pierde en la espesura del bosque.
Todos las noches lo espero, ya no hay cáscaras de mandarinas en el suelo. Ya no queda nada.
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