Tenía tiempo que no disfrutaba de un personaje que pinta tan bien su origen. Y escucharle hablar es recorrer nuestro Cibao. Porque explicando quién es, con cada palabra nueva lo complica más. Ya que le va introduciendo variantes y le añade otras figuras a lo que va contando.

Y lo dice con una voz, que aunque ronquita, la mantiene en un tono bien claro. Y dibuja el monte cuando narra su historia. Historia del trashumante con una licencia que le permite ir por el mundo. Y un mundo que según él, es bonito, porque está pintado con dólares. ¡Y eso todo lo pinta bien!

Además, toca una guitarra que no puede aclarar cómo lo logró. Qué sin llegar a ser un bien dotado, convence. Por lo menos en el aspecto rítmico. Usando un tono que siempre es el mismo, pero que le cambia de lugar, conforme las reglas del transporte musical. Ó séa, mediante el ir de traste en traste con el capo.

Más, su afinación es sabrosa por lo de típica. Y donde llega exige le respeten el negarse a que le maquillen. Y sé entiende, porque perdería su esencia. Que no es la de un lindón. Sin embargo, sé precia de completar el frente de su grupo con chicas bestialmente hermosas. Con la impronta, de que lo único que lo aleja de la campiña, es su forma de vestir. Y que trata de justificar con el término de ‘exótica’.

Y hablo de Chicho Severino, quién me recuerda a otro monstruo de lo auténtico: Rafael Encarnación.