Hace poco tiempo que en un descenso a la niñez, descubrí que fui indiferente a los aspectos físicos de los seres del contorno. Y los motivos no los encontré(pero mi amigo Ruddy me envió un razonable motivo: que fue, el no haberles dado la importancia debida). Cosa que ahora la puedo unir a otra. Y que pasó la noche que mi madre con un grupo de vecinos esperaba a mi padre, quién venía de ser operado en el hospital de otro pueblo.

Ocurriendo, que después de un alboroto identifiqué sólo su voz. Tan real como la de las gentes que les esperaba. Pero mi preocupación de hoy es otra: la que me llega de la época cuando era muy chico. Y que viajaba a las dos comarcas de mis sueños: Naranjo Dulce y El Cercado. Y hablo de dos familias especiales: los Cruz y los Henríquez.

La primera con un hijo único. Y que llegada la noche me pasaban a su cama(la del hijo) en la misma habitación nupcial. Y en la segunda, compuesta por cinco varones y dos hembras. A las que también me unían en el mismo cuarto de los esposos. Hasta que un día(noche) aquel privilegio se acabó. Y en el Cercado fui a dar al soberado de la cocina. Mientras que en Naranjo dulce, me mandaron a una cama en el granero.

Entonces, confirmé que los adultos siempre tuvieron un control exacto de mi infantil instinto. Y todo con la precisión de un reloj suizo. Aunque, me temo que conmigo hubo un anticipo modificador: la vez que mi bisabuela interrumpió(un cuento en este mismo medio que titulé: el apagón) lo que pudo haber hecho equivocar a las dueñas de las dos casas de mis parajes favoritos.