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Antes de llevarla a su casa nos estacionábamos en la avenida que atravesaba un pequeño parque, lejos de las casas, pero dentro de la villa próxima donde ella vivía. Nos ubicábamos en una curva. Teníamos la suficiente visibilidad para vigilar si se acercaban posibles mirones a rodear los autos con parejas, que ya se estaba haciendo costumbre a fines de los años setenta. Rechacé la idea de ubicarnos en algún lugar alejado, en caminos de tierra que llevan a parcelas donde no transitaba nadie. Descubrimos que era más entretenido y romántico ubicarse en plena población bajo un frondoso árbol tapando la luz directa de las luminarias de los postes domiciliarios. Encontraba cortita la hora conversando y acariciándonos.

Uno de los trucos que empleaba para darle forma lo que ahora parecía un romance casual, era preocuparme que para la próxima cita teníamos que sorprendernos con algún regalito. Ese presente tenía que superar el encuentro anterior.

Comenzamos con una barra de chocolate. Luego una bolsa de dulces. A veces maní confitado y bebida en lata.

Esta vez, apenas la pasé a buscar a su trabajo, me anunció que su sorpresa me iba a encantar. Antes jugó conmigo para que adivinase mientras la tenía en su cartera.

- Te gustará
- Ha, es para mí
- Sí, pero lo disfrutaremos juntos.
- Ha, es un ludo. Un sex ludo.
- No, fresco.

Esta vez fue un casete con música grabada por ella misma. Canciones de Camilo Sesto.

Nos instalamos en la curva cómodos a escuchar a Camilo Sesto. Por cada canción, sea “Volver Volver”, o “Algo de mí” recordábamos en que estábamos cuando dichas canciones eran un éxito, por allá por los inicios de los años setenta.

Partí

- Yo, cursaba aun la enseñanza media. En las fiestas esperaba esta canción para bailar apretado.
- Vaya que eres joven. Yo ya trabajaba en la empresa textil. De pareja con mi futuro marido.
- Buuuuuu, fome.

Siempre me recordaba que esto que estamos viviendo era una linda relación pero con fecha de término. Sagradamente la pasaba a buscar los lunes y jueves entre seis y seis y media a su lugar de trabajo. Llegaba puntualmente a las seis. Si me atrasaba, ella me esperaba, conversando con gente en la portería.

En dos oportunidades me juró que esa era la última vez que nos juntábamos. Bajábamos del auto y se despedía

- Adiós, Fue un placer conocerte.

Se retiraba acercándose a las casas de la villa. La seguía con la vista hasta que desaparecía por entre los pasajes. Cada cierto tramo se detenía, miraba para atrás y con su mano gesticulaba un adiós.

Al jueves o lunes próximo de todas maneras aparecía por su empresa. Y si me atrasaba, ella me esperaba, como otras veces, conversando con los guardias.

- Justo me pillaste. Estaba en la portería arreglando un problema con el personal.

Mentirosilla. Pensaba.

Las canciones de Camilo pasaban y escuchábamos tomados de la mano, mirando al frente. Cuando comenzó a sonar la canción “Donde estés, con quien estés” puso su mano sobre mi rodilla.

Donde estés
Entre lágrimas y risas
Por olvidarme tendrás prisa y no podrás
Con quien estés
Aunque le demuestres lo contrario
Y le ames a diario, me recordarás

Apretó mi rodilla, emocionada, mirándome con sus ojos pardos bien abiertos, muda, esperando mi reacción……

- Estás presa - le respondí.

En eso estábamos cuando por la calle principal avanzaba lentamente un bus de carabineros, entero verde y embarrado, con las ventanas laterales selladas. Se detuvo. Lentamente tomó la curva hacia nosotros.

- Viene hacia nosotros. ¿Qué hacemos?
- Nada, no digas nada - Intenté calmarla.

Se detuvo frente nuestro, con las luces altas de lleno en nuestro parabrisas. Seguramente con intención de pillarnos con las manos en la masa. Me bajé de inmediato. “Quédate aquí”. Al mirar hacia adelante una veintena de carabineros peripuestos para la guerra, con cascos, bototos y metralletas cortas, bajaron por los cuatros costados del bus. Algunos nos rodearon. Otros se esparcieron por la calle, otros parapetándose tras los árboles, haciendo sonar el seguro de las metralletas varias veces, intimidando.

El que hacía de jefe era un Cabo, flaco largo, moreno, casi negro, gritaba como energúmeno, dando unos bramidos horribles. Parecía drogado. Me empujó hacia atrás del auto

- Documentos
- La “mujer” también. Y que se baje.
- Sanchez, revísele “a ella” los documentos.
- Paredes, revise al interior del auto.
- Gómez, Que abra el porta maleta y revise.

El Cabo con una parada desafiante, comenzó a revisar mi carné. Comparaba la foto con mi rostro. Luego dictó mi nombre y apellido. Me miró. Yo lo miré, tranquilo. Volvió a repetir mi nombre y me espetó

- ¿Es así?
- Si
- Responda po hombre. ¿Profesión?
- Estudio,
- ¿Dónde?
- En la Pontificia Universidad Católica. - La palabra pontificia lo dije recalcando el acento grave.

En ese momento Gómez me pidió que le abriera el portamaletas. Caminé hacia el auto sin mirar la reacción del Cabo. Le abrí desde el interior. Gómez me dio las gracias y registró, apoyado de una linterna.

- Veo que el auto está a su nombre. - El cabo gritó, me acerqué - ¿Cómo lo compró si está estudiando? - sin dejar de hablar golpeado. Esbozó una sonrisa irónica.
- Me lo compró mi padre.
- Y en que trabaja tu pa..pi..to. – Movía la cabeza con cada sílaba.
- Es uniformado de las fuerzas armadas.
- Ha, ……..
- Trabaja en la Inspectoría General del Ejército.
- Yaaaa……
- En el edificio de las fuerzas armadas.
- Y la “dama”, que hay con ella. – grito sin dejar de mirarme.


Sanchez, que la estaba interrogando, le respondió

- Es empleada textil. Es casada.

El cabo encontró un punto para acosarnos.

- Vamos a dejar todo esto hasta aquí. No los voy a llevar a la comisaría.

- ¿Me puede dar su nombre cabo?, quiero corroborar si el procedimiento empleado es el correcto.

- ¿Con su Pa…pi…to? - nuevamente moviendo la cabeza con cada silaba. - ¿Quiere que vaya a dejar a la dama a su casa? A lo mejor la están esperando…..

¿Qué hago?. Ya estaba perdido. Solté la última frase

- No es necesario, Cabo, tengo el nombre de sus subalternos, Sanchez, Paredes, Gomes. Veré que hago.

En ese momento se escuchó desde el bus, Mi cabo….. y chamulló un código que apenas distinguí. Me entregó los documentos con energía. Algunos cayeron al suelo.

EL bus avanzó hacia atrás y comenzó la marcha. Con una agilidad vislumbrante los carabineros subían por las cuatro puertas con el bus ya en velocidad. Sonaban los bototos, los seguros de las metralletas y susurrando entre ellos. Se alejaron.

En la calle quedamos mirándonos. La música de Camilo Sesto aun sonaba. Con calma y muy seria volvió al auto. Ordenó sus documentos sobre el asiento sin subirse. Retiró el casete y lo guardó en su cartera. Luego caminó hacia mí. Me tomó por la nuca, se apretó a mí y me besó intenso. Pero distinto. Me quemaba. Mantenía sus ojos herméticamente cerrados. Mordió mi labio inferior con fuerza. Se separó.

Toqué mi labio. Me ardía.

- Adiós. No me busques. No estoy para esto.

Caminó hacia su hogar. Esperé y esta vez nunca miró hacia atrás, Desapareció.

Texto agregado el 21-01-2024, y leído por 73 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
22-01-2024 Buena narrativa, atrapa al lector desde el comienzo hasta el final. Felicitaciones!!! spirits
22-01-2024 Bueno yosoyasi
 
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