Poema
Aún tengo mucho que aprender
Hay algo que el tiempo, del cual dicen sabe todo,
a mí que cargo con tantos años, poco me ha enseñado,
pues sin pensarlo ni quererlo, me sigo enamorando.
¿A quién culpar?
¿A la razón o al corazón?
¿Qué tiene que ver la mente?
¿Qué pretende ese músculo en el pecho?
Imposible saberlo, si el corazón solamente es una bomba
y la mente es un complejo inexplicable de razones sin razón.
Ninguno puede incidir en los dictados sensoriales y ancestrales,
que marcan el ritmo, los compases, los deseos y los absurdos del amor.
Pero… ¿Qué hacer?
Si el amor está en el aire, en un tropiezo o en simplemente una palabra.
Está en el aroma de una flor y en el olor que brota por los poros de una piel.
Está en los caminos, en los cuadernos, está en las palabras que se escriben
con pluma de hombre o de mujer más tinta destilada de una coincidencia.
Está donde no se busca ni se espera, porque sólo es un capricho del trayecto.
Por eso, con esto y con todo, sabiendo o aprendiendo, me sigo enamorando.
Me doy cuenta que la vida a lo largo de los años me ha dado plena libertad,
ha dejado que yo aprenda de los vaivenes del tiempo y los baches del camino,
a buscar en espacios elegidos y también escudriñar en lugares escondidos,
puesto que puede estar en la vereda del frente o en un extremo de otro continente,
en una mirada furtiva, en un guiño al pasar o en un pasillo del supermercado,
en el asiento vecino del tren del destino, en la fila para cobrar la pensión
o incluso disimulado entre los versos de alguna de las estrofas de este poema.
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Siempre hay algo que ni el tiempo ni la vida logran enseñar
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