- El martes me voy a mi casa en La Serena.
- ¿Cómo, tienes casa en la playa? – Lo repetía siempre.
- Bueno, de acuerdo, a la casa de mis papas.
Nuestro amigo San Martín era soberbio. Su niñez, sus estudios, su casamiento, al referirse a ello siempre lo acompañaba con elementos altaneros.
Por ejemplo el hogar en la Serena, a dos cuadras de la Avenida del Mar. Una parcela de dos hectáreas. La entrada con escalera de piedra, estatuas, piletas, como un pequeño castillo. Atrás la terraza, árboles frutales y un quincho, diseñado quizás para un centenar de personas. Y un acceso por la calle lateral para los estacionamientos. Luego una corrida de álamos y se accede a un prado rodeando la piscina, jardines, un parquecito con juegos infantiles, y una tercera área con una cancha de tenis. Toda esa maravilla respaldada con fotos.
¿Le cuesta decir que es la casa de sus padres?
Sus padres al jubilar compraron ese terreno para vivir. Luego con el ajetreo por la visita de sus cinco hijos casados y con niños, la madre, cansada de atenderlos decidió construir dos cabañas independiente, cada una con cocina y baño. El propósito de construir dos y no cinco era para que aprendan a organizarse y no se avalanchen todos juntos que era lo que la madre, y también el padre, impugnaban.
- Ahí está el problema – yo le espetaba – son vacaciones. No es un reality donde conviven cinco hermanos, con sus respectivos cónyuges que entre ellos no tienen nada en común. No se puede esperar otra cosa que un infierno.
Yo le contaba a mi amigo San Martín que mi padre por los años ochenta compró un terreno en una playa del litoral. MI hermana impuso que ella viajaría todos los fines de semana, con sus amigas. Y que yo debía consultarle cuando podía ir. Decidí olvidarme de la casita en la playa. Al paso de los años esa decisión no pudo ser la más correcta. Al menos dio tranquilidad a mi familia.
San Martín ante mis anécdotas pendencieras comentaba que su padre se preocupó de “darnos una buena educación”. Que ese tipo de conflictos en su familia nunca existieron ni existirán. Al contrario. Los recuerdos de todas sus vacaciones son gratos.
No era así. Como es una persona muy expresiva, de vuelta de sus vacaciones anuales nos comentaba sus anécdotas cuando se juntaban todos en la casa de los papas. Por ejemplo: cuando sus niñas eran pequeñas sus primos mayores la marginaban de la piscina; El uso de los baños y el desorden del desayuno era eterno; Se cocinaba por separado porque cada cual tenía sus mañas; Los aportes en dinero eran totalmente desproporcionados. Y por supuesto que al volver se prometía que nunca más iría a la casa de sus padres.
Esta vez no fue diferente. Cuando San Martín llegó de sus anunciadas vacaciones comentó que desde el primer día comenzaron los problemas. Las cabañas se reservaban con anticipación y debían ser desocupadas al medio día. Cuando ese día apareció en la tarde se encontró con uno de sus hermanos y familia aun instalados en la cabaña. El argumento de su ya no tan querido hermano era que la reserva se extendía hasta el día siguiente. Discutieron acaloradamente, sacándose en cara antiguas reyertas dando a luz un pasado espantoso de relaciones conflictivas. El papá actuó como juez y dictaminó que los años determinan grado, y cómo su contendor era mayor, tuvo que salir a buscar un arriendo encontrando en un hostal de lujo, pagando un ojo de la cara. Eso fue lo que más le dolió porque en su vida pagó por alojar fuera.
El día del regreso, escuchó un fuerte golpeteo en la puerta de su cabaña. El reloj marcaba las nueve de la mañana. Se encontró con otro de sus hermanos, que junto a su familia, venían a ocupar la cabaña. Le explicó que aún no se levantaban, que debían esperar, después del desayuno harán el aseo, y aseguró que la entrega sería puntualmente al medio día.
- No te preocupes, te esperamos. EL bus llegó a las ocho, que puedo hacer. ¿Podemos usar tú baño?
“Que atroz”
Su hermano y señora se instalaron en sillas de lona en la puerta de la cabaña mientras los niños jugaban alrededor de la piscina.
Varias veces San Martín se asomó diciendo lo que faltaba para el medio día y que mientras tanto fueran a pasear.
- No, no te preocupes, te esperamos. ¿Mis niños, pueden entrar al baño?
“Jamás viajo donde mis padres mientras la estadía coincida con alguno de mis hermanos”
Y fue así. “Su suegra”. La madre de la esposa de San Martín, desde ese año en adelante arrendó un mes completo una casa en un lago del sur de chile. Los invitó con todo pagado.
- Lo mejor de todo - nos contaba - que es hija única así que no tendré problemas con cuñados imprudentes.
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