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Esa noche llegamos tarde a la parcela. Abrimos las ventanas, para ventilar, quitamos las fundas de los muebles, barrimos las piezas, rociamos spray por todos lados, para las arañas, mosquitos, cucarachas. Luego cargamos el refrigerador con la comida preparada y congelada, limpiamos la mesa del comedor de diario colocando un mantel limpio. Las cajas de plásticos con la fruta y verduras la pusimos encima, en altura, cada una con su tapa. Luego tomamos tecito y nos acostamos.

Al otro día me levanté temprano dispuesto a preparar un buen desayuno. Puse agua al hervidor. Seleccioné dos paltas desde su caja de plástico y las dejé sobre la mesa. Luego fui a comprar pan amasado al puesto que se instala en el camino, en la misma entrada a la parcela.

Al volver dejé la bolsa con los panes sobre la mesa y cuando me dirigía a la cocina la vista se enganchó en las dos paltas. Ambas estaban con rasguños y con mordidas visibles. De inmediato pensé en roedores. Son su comida favorita. Me ordené en el tiempo. Antes de elegirlas desde la caja las palpé seleccionando las un poquito blandas con respecto a las otras que lucían duras como palos. Las saqué y hasta ese momento se veían sanitas. El maldito se encaramó mientras me dirigí a comprar el pan. Miré para todos lados, repasando todas las esquinas, buscando huellas. Corrí lo sillones, abrí las puertas de la vitrina y miré entre los vasos y algunas botellas. Al interior del mueble no había ninguna grieta, ambas puertas cerraban bien, descarté entonces que algún animalito invasor esté en el mueble. Me dirigí a ambas piezas donde aún dormían el resto de la familia y sin que cunda el pánico les pedí que revisen todos los rincones, bajo las camas, en los veladores. No había muebles sino que unos closet empotrados en la pared muy fácil de revisar porque aún estaban vacío, la ropa que traíamos permanecía en los bolsos. Anteriormente ya nos habíamos encontrados con visitantes así que se levantaron y comenzaron a inspeccionar.

De regreso al comedor con un papelero para botar las paltas advertí que ninguna de las dos estaba sobre la mesa. Miré la caja y estaba bien cerrada. Que locura, no pensaría que estas iban a volver a la caja. Quizás rodaron y cayeron al piso. Revisé alrededor y nada. Cuando comuniqué que los roedores se robaron las paltas al principio no me creyeron.

Vaciamos la bolsa de venenos en todos los rincones. Sabíamos que el veneno aniquila a los ratones al tercer día. Y lo que es peor, aparecen moribundo en cualquier lugar.

En el campo también hay gatos, lagartijas, conejos y zorros. Pero siempre hemos visto solo huellas, excrementos y sus cuevas. Si no los veíamos no nos preocupábamos. Ahora, con el robo de las paltas, no había duda que el enemigo estaba cerca.

Para los tres días siguientes nos resignamos a convivir con estas asquerosidades. Caminábamos metiendo bulla. Zapateando. Abríamos y cerrábamos las puertas con portazos. Golpeábamos con el palo de la escoba el cielo, para que se escapen del entretecho.

¿Y si fue un gato? Los gatos de campo son ladrones. ¿Y si fue un zorro? Son astutos pero no entran a la casa cuando está habitada. Nos las pasábamos con puras conjeturas.

Al tercer día descansaba en la terraza en una de las sillas de lona observando los árboles frutales, tratando de identificar los cantos de los pájaros. De pronto en el camino de tierra a la caseta donde se guardan las herramientas, divisé a un conejo. No, no era, tampoco un zorro, menos un gato, era un ratón, un guaren, gordo, que empujaba algo, era una de las paltas. Lo filme un rato con el celular hasta que alguien apareció y este escapó.

Tuve que mostrarle el video para asegurarles que el roedor estaba empujando una de las paltas. Deducimos que la llevaba al cuartucho. "Seguro que ahí está la otra". Entramos y nos quedamos esperando algo, movimientos, arrastre y nada. Había un mueble ancho con cuatro cajones. Era una cómoda que ahora almacenaba herramientas.

Revisamos abajo, atrás, nada. “Los ratones se meten por cualquier abertura”. Seguramente se metió por abajo y se escondió en el último cajón. ¿Quién lo abre?

"Bueno, Yo". Con una herramienta enganché la manilla y comencé a abrir. Cañerías, llaves, láminas de fierro, pero ninguna huella de ratón.

"Entonces en el tercero". Alguien opinó “Pero como se va a meter al penúltimo si puede quedarse en el último, y menos con una palta al hombro”.

Usé la misma técnica. Lo enganché y lo abrí de a poco, con la esperanza que el ratón esté dentro y procurando que no se escape. Que iluso.
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Lo mismo. Martillos, clavos, pero ninguna huella de ratón.

Entonces llegamos al segundo. Dijeron, “veamos”. Como yo era el que abría.

Enganché y comencé a abrir. Sentía los cuatro pares de ojos detrás de mí.

Encontramos cuatro sobres de mermeladas secos. Dos sobres de salsa de tomates. También secos. Y estaba el cuesco de la palta perdida, limpiecito.

Texto agregado el 05-01-2024, y leído por 69 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
05-01-2024 Que buen cuento, muy divertido y que astuto ratón, me encantó!!! spirits
05-01-2024 Bueno. yosoyasi
 
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