El sol envió una andanada de llamaradas hacia ese punto azul oscuro que titilaba a lo lejos. Al estrellarse estos contras la banda magnética que ese planeta poseía, las llamaradas se disiparon en crispadas auroras boreales que verdeaban fantasiosamente todo el ámbito. Buena cosa era eso de la protección que podía soportar embates como este y además permitía que las rocas espaciales que hicieran blanco con su superficie se transformaran en un fuego fatuo que las destruía.
Los habitantes de este planeta no alzan demasiado su cabeza para admirar las maravillas del espacio, el pasado remoto aún titilando delante del que se atreviese a contemplarlo, suponiéndose además que esto ofrece respuestas a granel para la curiosidad golosa del hombre. Porque hablo de la tierra, y de sólo nombrarla surgen en hilera todos los desatinos de la especie en pos del progreso, la riqueza y la supervivencia.
Mañana se acaba otro año, según lo establecen esos calendarios repletos de marcas, cifras y círculos, ayudamemorias de las situaciones diversas que surgen en la existencia rutinaria. La compra del gas, el pago de la luz, una cifra cualquiera que se entrevera con los números que marcan los días, un cumpleaños destacado entre excrementos de mosca y manchas de aceite. Nada dura tanto como un calendario, con las huellas indelebles del curso de los días, de los años, de la existencia que se teje a contramano con las alegrías y angustias que son parte de toda vida.
Mañana, hoy, dependiendo de la latitud, un rosario enfervorizado de abrazos, brindis y fuegos de artificio se irá esparciéndose como reguero de pólvora por la geografía de este globo, deseándose todos mutuas alegrías y éxitos en el ámbito que sea. Será una borrachera consensuada que dará paso a hipócritas treguas de aquellos que estén en combate. Olvidarán por un segundo las ingentes diferencias que los enfrentan en el campo de batalla para brindar y congraciarse con el enemigo. Todo esto durará menos que un suspiro ya que vaciados los vasos y palmoteado las espaldas enemigas (cerciorándose de paso que el otro también es un ser humano temeroso, obligado, despojado, carne de cañón de entes más poderosos) cada cual acudirá presuroso a sus trincheras y posiciones para restablecer las hostilidades.
Nada nuevo bajo ese sol que fogonea llamaradas gigantescas, acaso con el propósito cierto de evitarle más sufrimientos a una civilización que va derecho al matadero.
Parece dantesco todo lo que narro, pero más lo serán esos abrazos forzados entre seres que se repelen y que sólo transarán porque de por medio habrá un vaso de licor que disuelva en parte estos resquemores. Habrá lágrimas de arrepentimiento, risas de quienes ya hipotecaron su cordura para depositarla en manos de las graduaciones alcohólicas y ahora bailan hasta esos ritmos que repelen cuando su mente oscila con los devaneos de la existencia, sean estas las cuentas impagas, el vecindario no deseado o un trabajo mal remunerado.
Pero no quiero parecer agorero ni aguafiestas cuando todos se preparan para aguardar el advenimiento de un nuevo año, que no es más que el giro que completa la tierra en trescientos sesenta y cinco trabajosos días. Un giro que nos marea de algún modo, si no, no cometeríamos tantos desatinos, ni atentaríamos contra este planeta con tanta saña e irresponsabilidad. A veces, pienso que cualquier día esta inmensa bola se sacudirá del mismo modo que un perro pulguiento y se deshacerá de estos microscópicos entes, vanidosos parásitos que somos y que destruimos el único refugio en el cual podemos desarrollar nuestra existencia.
No he dicho nada nuevo, por supuesto. Pero nunca está demás recordarlo.
Feliz año nuevo- musito, mientras estas palabras se van desdibujando por el contrasentido de su propio eco.