La belleza se manifiesta en la capacidad cerebral del hombre de poder apreciarla. Pero no debemos confundirnos pensando que apreciar la belleza sea una meritoria habilidad humana. La apreciación de la belleza, como mecanismo fisiológico, tiene su fuente más allá de la naturaleza humana. Apreciar la belleza es un fenómeno inexplicable que puede ser reducido, erróneamente, a una orquestada reacción de procesos químicos en el cuerpo, que nos hacen aumentar el ritmo cardíaco, erizar la piel, dejar caer lágrimas o esbozar en el rostro una expresión de satisfacción profunda. Sin embargo, esto no explica el por qué disponemos de esta agradable capacidad para conmovernos y disfrutar de ciertos objetos de interés a nuestro alrededor, y hacer de ello, una experiencia tan particular e íntima en cada uno de nosotros. Disfrutar de la belleza es una gracia latente, un sello particular genético que arrastramos por generaciones, un regalo inmerecido que nuestro creador imprimió sobre cada uno de nosotros y que podemos abrir cada día de nuestras vidas para reconfortar nuestras almas.